Mario Ghibellini

La señora no es una generadora de grandes titulares. No hay traje amarillo patito que ahuyente el tono gris que tiñe su gestión. Y en el fondo eso es algo que habría que agradecer, pues jefes del Estado estridentes ya hemos tenido en el país y las consecuencias fueron siempre calamitosas. La experiencia enseña que, mientras menos persuadidos de su magnificencia y lugar protagónico en la historia estén los gobernantes, mejor para nosotros, los gobernados. “Mas como en los pobres –según dice el vals– no cabe la dicha”, los peruanos estábamos condenados a que esa vocación de irrelevancia no durase eternamente. Tarde o temprano, la presidente iba a sucumbir a los embelecos de la claque que la aclama en los espacios cerrados y a los dulces susurros de sus cortesanos, y los síntomas de siempre iban a aparecer. Pues bien, a juzgar por ciertos acontecimientos que se han hecho públicos en la última semana, ese tiempo ha llegado.

–La banda embrujada–

Al asumir el poder, la señora Boluarte pasó rápidamente de los fastos al pánico. Como se recuerda, en pocos días cambió su aspiración de terminar el mandato que le correspondía por la oferta de elecciones adelantadas, prácticamente para el mes siguiente; y, de ser posible, para antes. Las asonadas provocadas por los perjudicados por la destitución y arresto del golpista de Chota la hicieron sentir que el cargo que constitucionalmente le tocaba ejercer era una papa caliente y, al decir de algunos, hasta la posibilidad de renunciar rondó su cabeza. Luego, sin embargo, descubrió que los revoltosos eran más violentos que populares y, aunque tratando de soplarles la pluma de las muertes ocurridas en diciembre y enero a las fuerzas del orden, comenzó a notar la comodidad del mobiliario de Palacio. No por gusto se conoce a la franja bicolor con la que nuestros presidentes se lucen en todo acto oficial como la banda embrujada: al poco tiempo de llevarla puesta, sus portadores son víctimas de algún hechizo que trastoca su visión de las cosas.

Así, si bien la pobre aprobación que la gestión de la actual presidente registra en las encuestas no ha sufrido grandes modificaciones durante sus seis meses en el poder, algunas circunstancias sugieren que su percepción de lo que tales cifras representan ha cambiado recientemente: antes le parecían un intimidante reflejo de la realidad; ahora, una injusticia que hace falta reparar. ¿Cuáles son las circunstancias que hacen pensar que eso viene sucediendo? Pues, por un lado, el hecho de que su hermano, Nicanor Boluarte, esté impulsando la formación de un partido político con no pocos prefectos, subprefectos y funcionarios de diversos sectores del Estado. Y, por el otro, las movidas que se han producido esta semana en el Instituto Nacional de Radio y Televisión del Perú (IRTP).

Lo primero es señal inequívoca de que la señora está convencida –o se ha dejado convencer– de que tiene un futuro político más allá del 2026. Lo segundo, de que cree que, con unos retoques en la forma en que se presenta la información sobre sus actos de gobierno, la gente comprenderá la suerte que tiene de contar con ella como conductora de sus destinos y pronto demandará retornos o reelecciones. Si el espejo te devuelve una imagen ingrata de ti misma, parece haber concluido ella, lo que se necesita es ajustar el espejo.

Se trata, por cierto, de dos iniciativas objetables, porque en ambos casos se están utilizando recursos del Estado en provecho propio. Los prefectos o funcionarios del Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social (Midis) no están ahí para convertir sus labores diarias en un ejercicio de captación de simpatizantes para la mandataria, y los medios estatales no tienen por cometido glorificar sus anuncios de bonos para determinados sectores de la población o acallar sus metidas de patas. Pero eso es exactamente lo que parece estar buscándose.

En el caso del cambalache en el IRTP, además, el asunto ha sido particularmente clamoroso, porque le pidieron la renuncia a Jesús Solari, que permitía cierta independencia informativa en la radio y la televisión del Estado, para, en evocación nostálgica del “Pravda” soviético, colocar en su lugar a Ninoska Chandia, que venía desempeñándose hasta ese momento como directora de Comunicación Estratégica e Imagen Institucional del despacho presidencial. Es decir, es como si hubiesen instalado en tan relevante puesto a la maquilladora de la gobernante.


–Mañanitas–

Una cosa, no obstante, es lo que un jefe del Estado con ganas de regresar pronto al poder puede intentar moviendo los hilos de la administración que encabeza y otra, lo que efectivamente puede conseguir. Como la señora Boluarte estuvo esta semana de cumpleaños, alguien daría la impresión de haberle contado que todo era cuestión de pedir el deseo adecuado mientras soplaba las velitas de su torta y listo: a subir en popularidad como la espuma… Pero el asunto nunca es tan sencillo. Como se sabe, son muchos los presidentes que, con más capital político que ella, han tratado ya de recorrer ese camino y han salido cojeando. Y su caso, estamos seguros, no va a ser una excepción.

Aunque un tanto tardíamente, algún alma caritativa debería cantarle quizás “Las mañanitas”, para ver si despierta.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Mario Ghibellini es periodista