Mario Ghibellini

Contra lo que sostiene una opinión generalizada, la señora ha demostrado en estos días que es posible hacer mucho en poco tiempo desde la presidencia. Que lo que se hace sea un acierto es ya un negocio distinto; pero, por esfuerzo, la flamante mandataria no se ha quedado. Mientras otros personajes que accedieron a ese cargo se indignaban cuando se los quería evaluar a solo cien días de haber asumido el poder, ella, efectivamente, se ha apresurado a exhibir la naturaleza, digamos, caleidoscópica del liderazgo que piensa ejercer desde Palacio. En menos de una semana, por ejemplo, la hemos escuchado proponer tres posibles términos para su mandato: el 7 de diciembre proclamó que gobernaría hasta el 2026, el lunes 12 anunció un proyecto para adelantar las elecciones a abril del 2024 y, 24 horas después, pareció descubrir las virtudes de que tales comicios se celebrasen más bien . Tal cambio de postura, además, ocurrió mientras la violencia desatada en las calles no dejaba de escalar, con lo que seguramente aquellos que exigen acabar con todo esto de un literal porrazo y establecer ‘a la prepo’ el régimen que a ellos se les antoja han de haberse sentido gratificados.


–Ampay te salvo–

No ha sido esa, sin embargo, la única indicación de que la señora Boluarte sabe que no existen segundas oportunidades para causar una mala primera impresión. Ahí están, para confirmarlo, la demora absurda en decretar el , las contradicciones sobre el establecimiento del en determinadas regiones y sus divagaciones sobre los recursos de los que podrían echar mano las fuerzas del orden para contener a los violentistas.

Pero hay más. Por un lado, su decisión de no llamar a un premier de peso y de poner en la PCM a (y con incómodas denuncias sobre sus espaldas). Y, por el otro, el cúmulo de necedades que recitó a principios de esta semana buscando librar a de su responsabilidad política y penal por el golpe de estado que brevemente encabezó. Lo primero sugiere la voluntad de evitar la presencia de alguien que pudiera hacerle sombra en el Ejecutivo. Y lo segundo, la de sintonizar con los fulanos que han tenido el morro de presentar al efímero dictador como la víctima de una “conspiración internacional”. Una que, para mayor abundancia en el absurdo, habría contado con la complicidad de exministros y asesores que lo hicieron beber un ignoto chamico para que leyese el mensaje golpista.

Después de confesarse “consternada” por la detención del vacado gobernante, la actual presidente aseveró que ella lo había acompañado hasta hace poco para que no cometiera “errores” (de lo que cabe deducir que la orden de cerrar el Congreso, detener a la fiscal Benavides e intervenir el Poder Judicial y el Tribunal Constitucional no fue un acto criminal, sino un dislate), pero que luego (en esencia, los mismos exministros que mencionan los teóricos de la conspiración) y ya no dejaron que se le acercara. Fue en ese trance de orfandad, aparentemente, que el profesor Castillo habría adoptado la fatal decisión. Y si ahora la tachaba de “usurpadora” era porque alguien más –¿los reptilianos?, ¿Lex Luthor?, ¿el profesor Moriarty?– había tomado el control de sus cuentas en las redes sociales. “Yo lo conozco […], muchas veces nos hemos abrazado y llorado por situaciones que aparecían”, gimoteó la doña. Para finalmente sentenciar: “No creo que esas palabras que están saliendo en el Twitter del presidente sean de él; creo que lo siguen utilizando y manipulando”. O sea, ampay te salvo y les echamos la culpa a todos mis compañeros. Porque, como se recuerda, la señora Boluarte fue una complacida integrante de los gabinetes en los que esos presuntos conjurados hacían y deshacían a su antojo.

Su intento de congraciarse con el nuevo inquilino de la Dinoes, sin embargo, es singularmente torpe, pues al comprarse la historia del eclipse de la voluntad que lo habría afectado a la hora de dar rienda suelta a su arrebato tiránico, ella abona los argumentos de quienes más interesados están en sacarla del poder. A saber, los bolcheviques en clave criolla que alientan la versión –esta sí tocada por algún néctar divino– de que el golpe lo dieron en realidad los otros (el Congreso, la fiscalía, la prensa, etc.). De acuerdo con ellos, lo que corresponde en estas circunstancias es acabar con las “pelotudeces democráticas” y convocar cuanto antes a una asamblea constituyente. Y para eso, traerse abajo al gobierno recién reconstituido resulta indispensable.


–Agua pa’ ti–

Por increíble que parezca, en menos de lo que tardó en acomodarse el fajín, doña Dina nos regaló una antología del despropósito que, como sugieren las renuncias ministeriales de ayer, la ha puesto al borde del precipicio. Nadie pensó que fuera a ser la suma de coraje y buen juicio que se requería para esta hora grave, pero tampoco que caminaría tan alegremente hacia la guillotina. Estaba destinada a durar más de mil días y ahora tendrá suerte si cruza el umbral de los diez… Aunque quizás un chorro de agua fría pueda salvarnos del descalabro. Voluntarios para alzar el balde, después de todo, no faltarán.

Mario Ghibellini es periodista