La vieja consigna leninista que proclama ‘salvo el poder, todo es ilusión’ siempre tuvo seguidores en esta tierra de desconcertadas gentes. Pero si antes ellos se encontraban en aquel sector de la izquierda que propugna la lucha armada, ahora proliferan también entre los pepecistas y los pastores con apetencias de acrecentar su rebaño.
Eso, por lo menos, es lo que sugieren algunas de las alianzas ya consumadas o por consumarse con miras a las elecciones del próximo año, que no admiten otra explicación que la disposición de ciertos líderes políticos a sacrificarlo todo – prestigio, trayectoria, identidad, etc.- por un pellizco de las riendas con las que se conducirá el país a partir del 2016.
Venid, pastorcito
La primera de esas sociedades insólitas es, por supuesto, la que han pactado la Alianza Para el Progreso de César Acuña y Restauración Nacional de Humberto Lay. Es verdad que los dones de persuasión del educador que no lee eran ya conocidos por la opinión púbica. Con los recursos como cancha de los que dispone no tuvo en el pasado dificultad para sumar a sus filas a personas con cierta ilustración y sindéresis. Pero lograr que el circunspecto ex presidente de la comisión de ética del Congreso cierre un ojo y la mitad del otro frente a las sombras que se ciernen sobre sus pasadas gestiones como alcalde de Trujillo y acepte aporrear el bombo mientras él saluda a sus votantes imaginarios, es ya una hazaña de otro calibre. De una raza distinta, digamos…
Aunque, pensándolo bien, quizás se trate de una circunstancia que hable más de las debilidades del pastor que de las fortalezas de Acuña, como parecen insinuar las protestas de los militantes chiclayanos de Restauración Nacional que abandonaron la semana pasada el partido al grito de: “los principios no se venden”.
El otro acuerdo difícil de digerir es el que tienen en ciernes el Apra y el PPC. O, para ser más precisos, Alan García y Lourdes Flores. La pobre candidata de los ricos, efectivamente, ha decidido de pronto olvidar no solo las descalificaciones de las que fue objeto en las elecciones del 2006, sino también los términos dramáticos en que, en esa oportunidad, les planteó a los votantes la disyuntiva de si debía ser ella o el líder aprista quien pasara a la segunda vuelta con Humala. Y aun cuando el pensamiento económico –es un decir- del artífice de la hiperinflación de los ochentas pudiera haber cambiado con los años, hay determinados ingredientes de una forma de gobernar que no cambian ni prescriben. E ignorar ese inconveniente por las estrecheces electorales del momento es un cambalache de mal pronóstico.
La congresista Marisol Pérez Tello, única pepecista de primera línea que ha dicho que si la alianza prospera se sale de la foto, lo viene advirtiendo desde hace tiempo. Pero el instinto político de la lideresa del partido, inmune al escarmiento de las derrotas, parece destinado a imponerse.
Artículo mortis
Esta vocación por las juntas infaustas, de otro lado, no es patrimonio exclusivo de la derecha. También en la zurda Unidad Democrática, los potenciales candidatos Gonzalo García Núñez y Sergio Tejada tendrán que enfrentar pronto los costos de haberse aliado con el presidente de la Asociación Nacional de Fonavistas, Andrés Alcántara, a cuya administración no pocos asociados le atribuyen “cobros indebidos”. Pero tener inscripción electoral le confiere, aparentemente, un encanto difícil de resistir.
La paradoja de todo esto es que, aunque los mencionados líderes hacen lo que hacen con el propósito de sobrevivir, no lucen nada saludables. Y la circunstancia de que, mientras firman el documento que sella sus respectivos pactos, el que observe la operación sea un cura y no un notario debería darles una pista al respecto.
(Publicado en la revista Somos el sábado 7 de noviembre del 2015)