“De sentirse presidenciable (aunque fuese de un gobierno de transición), Merino ha pasado, pues, a convertirse en el portador de un mal contagioso que mueve a sus antiguos compañeros de lucubraciones a lavarse las manos y ponerse mascarilla cuando lo tienen cerca”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
“De sentirse presidenciable (aunque fuese de un gobierno de transición), Merino ha pasado, pues, a convertirse en el portador de un mal contagioso que mueve a sus antiguos compañeros de lucubraciones a lavarse las manos y ponerse mascarilla cuando lo tienen cerca”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
/ Giovanni Tazza
Mario Ghibellini

Del hemiciclo en el ángulo oscuro, de sus ayayeros tal vez olvidado, silencioso y cubierto de polvo, se puede ver en estos días al presidente del Congreso, Manuel Merino. Una frase que quería ser ingeniosa y resultó más bien torpe lo ha instalado una vez más en el peor de los lugares que un político con aspiraciones a seguir ejerciendo ese oficio puede ocupar. Una especie de cepo en el que se recibe de parte del resto de fulanos que orbita en torno al poder andanadas de sopapos que producen un dolor más moral que físico, y que convierten al vapuleado en el símbolo de algún pecado merecedor de las llamas del infierno: corrupción, sedición, visión estereotipada de las relaciones entre hombres y mujeres...