Mario Ghibellini

Nunca terminará de asombrar a cierto sector de la humanidad lo que otra parte de ella es capaz de hacer por un poco de poder. Pensemos, por ejemplo, en las personas que aceptan ser ministros del . En las que tienen un asomo de prestigio, queremos decir. Porque en aquellas que ven el asunto como una oportunidad de negocio y luego terminan fugadas, la motivación está clarísima. Y lo mismo cabe señalar sobre aquellos personajes que no tienen, literalmente, ni un pelo de dignidad y, a cambio de un instante de pavoneo frente a los reflectores, están dispuestos a acometer lo que haga falta.

¿Pero qué pasa con aquellos individuos que han transitado por su vida profesional con decoro o siquiera medianía? ¿Qué puede arrastrar a un abogado o un economista de esas características a saltar a esa moledora de honras que son los gabinetes de este gobierno? La pregunta viene a cuento por unas recientes declaraciones del nuevo titular de Economía y Finanzas, , quien bruscamente parece haber comprendido que, tras el besamanos que coronó la juramentación del cargo, todo será para él cuesta abajo en la rodada.


–Incienso y prerrogativas–

Como en su momento, Burneo parecía tener una cuenta ministerial pendiente. Hace seis años, González debió dejar de pronto el Ministerio de Defensa a consecuencia de algunos brotes inconvenientes de su naturaleza romántica, y seguramente creyó ver una ocasión de revancha en la posibilidad de asumir la cartera del Interior que el profesor Castillo y el premier de la luna llena le ofrecieron. Todos sabemos, no obstante, cómo y qué tan pronto acabó aquello.

El caso de Burneo se remonta un poco más atrás en el tiempo y está relacionado más bien con un puesto que, al parecer, él creía merecer y no obtuvo. Después de haber sido uno de los voceros fundamentales en materia económica de la candidatura de Ollanta Humala en la segunda vuelta del 2011, muchos asumían que, de alcanzar la victoria, el comandante lo nombraría responsable de ese sector. Pero las volteretas amargas de la política lo apartaron de ese destino y le depararon en cambio el Ministerio de la Producción a manera de premio consuelo. No duró en esa posición ni cinco meses, pero la verdad es que, al alejarse de ella, dio la impresión de que lo hacía sin duelo, porque sus miras estaban en otro lado. Desde entonces se lo voceó con frecuencia como ministro de Economía de los gobiernos que se sucedieron en el poder, pero no con mucha convicción. Y el sueño que presuntamente lo turbaba nunca se materializó. ¿Fue esa frustrada ansia lo que lo empujó a decir “sí juro” sin pensar en lo que le traería el mañana cuando el mandatario pronunció delante de él las palabras mágicas? En esta pequeña columna sospechamos que sí.

Pronto, sin embargo, le tocó probar los sinsabores del rol casi figurativo al que se había comprometido. Primero asistió como espectador al anuncio del titular de Comercio Exterior y Turismo, Roberto Sánchez, sobre la evaluación que supuestamente estaría haciendo el Ejecutivo de lanzar un plan Reactiva III: una materia sobre la que el llamado a pronunciarse era él y no su colega. Pero el incienso, ya se sabe, suele recompensar a quienes lo esparcen en los ambientes palaciegos con prerrogativas insólitas.

Y poco después, tuvo que tragarse el sapo de que el Gobierno redujese de 18% a 8% el IGV de las mypes del sector turismo, hoteles y restaurantes en contra de su opinión.

Para sorpresa de muchos, los dos golpes a su autoestima hicieron surgir en él una fibra respondona que nadie le conocía. A Sánchez lo desmintió sentenciando que “las competencias del MEF no son negociables” y que su despacho “no está considerando todavía que haya un Reactiva III”. Y sobre la mencionada rebaja del IGV dijo: “No estoy de acuerdo con estos tipos de medidas, pero creo que esta será la primera y la última, porque definitivamente, si hay más cosas (sic), obviamente no tendría sentido que me quede”. Una frase que fue entendida por algunos como un ultimátum al jefe del Estado y a su visir majareta para que se dejaran de atropellar sus fueros.

Bien analizada, sin embargo, la pretendida amenaza de Burneo no luce tan temeraria.


–¡A mí no me pise!–

En primer lugar, si uno observa la rapidez y facilidad con la que el presidente cambia de ministros, resulta obvio que el más interesado en la permanencia de Burneo en el MEF es Burneo mismo. Y en segundo término, la explicación que él ha brindado sobre por qué aceptó el proyecto de rebaja del IGV que le parecía inconveniente –”yo llegué al Gabinete y lo encontré armado”, es lo que ha argumentado– es deleznable, pues un profesional serio establece condiciones mínimas antes de aceptar un cargo como ese y no las va planteando conforme los desplantes de sus superiores o iguales van mellando su autoridad.

Lo que ha ensayado esta semana el nuevo titular de Economía, nos tememos, ha sido solo un rugido afónico y no debería sorprender a nadie la pronta comprobación de que su altisonante frase de esta semana ha sido apenas un penultimátum.

Nunca terminará de asombrar a cierto sector de la humanidad, insistimos, lo que otra parte de ella es capaz de hacer por un poco de poder.

Mario Ghibellini es periodista