Mario Ghibellini

La necesidad de hablar incesantemente mientras cumplen con su tarea suele jugarles a los colegas que transmiten los partidos de fútbol una mala pasada. “Si esa pelota entra es gol”, decretan exaltados cuando un disparo da en el travesaño. Y cuando un equipo no ha rendido en la cancha lo que se esperaba de él, comentan con gravedad que “le faltó fútbol”. Acostumbrados como estamos a que el rumor de sus voces acompañe las imágenes que seguimos angustiados en la televisión, no prestamos atención al sentido exacto de lo que dicen, pero si lo hiciéramos, detectaríamos rápidamente en sus discursos una cierta inclinación por la perogrullada. Todos sabemos, en efecto, que cuando una pelota ingresa al arco es gol. Y si los integrantes de una determinada escuadra no han tenido una performance satisfactoria durante un ‘match’ de fútbol, difícilmente llegaremos los televidentes a la conclusión de que les ha faltado ping-pong. Entre las muletillas tributarias de lo obvio que se recitan en esas jornadas deportivas, sin embargo, existe una que merece ser revalorada.

(Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
(Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).

–¡Corre, conejo!–

Nos referimos a la clásica sentencia “la hora es la hora”, que los mencionados hombres de prensa pronuncian cuando están por cumplirse los 90 minutos de un partido y alguno de los equipos presentes sobre el gramado no tiene ya tiempo para alcanzar el resultado que precisaba para obtener ciertos objetivos. Ocurre, por supuesto, que la hora es la hora. ¿Qué otra cosa va a ser? Y, en ese sentido, podríamos tener la impresión de que alguien por ahí está gastando palabras gratuitamente. Pero, en este caso, hay en el señalamiento de lo evidente un matiz adicional. Un apunte sobre la inexorabilidad del paso del tiempo y lo absurdo del habitual empeño humano por sustraerse a la circunstancia ingrata de que no hay plazo que no se cumpla.

En esta pequeña columna nos preguntamos, por ejemplo, si cada vez , la señora es consciente de que las horas y los días que la gente estaba dispuesta a esperar para que ella brindara una explicación razonable sobre el origen de tan costoso aparato corren veloces hacia la fecha fatídica en que aquello ya no será posible. A juzgar por la actitud que ha adoptado hasta el momento, se diría que no. La gobernante, efectivamente, no ha atinado a hacer otra cosa que pedirle a la prensa que no se meta en “temas muy personales”, afirmar que todo lo que tiene es fruto de su esfuerzo y, por último, declarar que (que ya la notificó para que vaya a rendir su testimonio en la investigación preliminar que le ha abierto por presunto enriquecimiento ilícito). No parece entender la presidente que lo que tiene entre manos –o más bien, sobre la muñeca– no es solo un problema legal de eventuales derivaciones penales, sino, en lo inmediato, un problema político. La posesión de uno o varios relojazos que no se condicen con el poder adquisitivo del que disponía hasta antes de acceder a las encumbradas posiciones de gobierno que ha ocupado u ocupa siembra claramente una duda sobre su probidad en el ejercicio del cargo. Una duda que socava su ya mellada credibilidad y la pone otra vez a tambalearse sobre la cuerda floja. No porque el Congreso ‘motu proprio’ –eso podemos descartarlo con seguridad–, sino porque el escándalo y el descaro pueden llevar a los peruanos de a pie a exigírselo perentoriamente. Y ya sabemos que, salvo cuando lo que está en juego es alguno de sus propios privilegios, los miembros de la actual representación nacional no se caracterizan por ignorar las “demandas populares”. Pero, sin necesidad de ir tan lejos, la mandataria tendría que darse cuenta de que la sola admisión a debate de la moción de vacancia que impulsa por estos días la jetuda bancada de Perú Libre la expondría a un vapuleo del que no tendría cómo salir bien parada. Esto es, con el oxígeno político suficiente como para siquiera fingir que está gobernando.

No menos apremiante, por otra parte, es la situación del flamante premier , que en la semana que termina ha competido arduamente con la titular de Vivienda, Hania Pérez de Cuéllar, en la improvisación de argumentos sandios para tratar de sacarle las castañas del fuego a su jefecita. El 3 de abril, como se sabe, le toca a él presentarse ante el pleno del Congreso para solicitar el voto de investidura que necesita para poder ir adelante con su gestión, y todo indica que llegará a la cita con la pechera manchada. Lo que hemos visto todos hasta ahora es el espectáculo penoso de un hombre de gesto adusto corriendo como conejo de un lado a otro en su esfuerzo por hacer desaparecer de la escena pública el más actual de los artículos de antaño.


–El ‘bobo’ más bobo–

La conclusión a la que esta reflexión nos conduce es sencilla, casi perogrullesca… Si la señora Boluarte quiere evitar el problema aquí expuesto, las explicaciones sobre el ‘bobo’ más bobo del mundo no se las tiene que dar al Ministerio Público a puerta cerrada, sino a todos los peruanos en un mensaje a la nación. Pero el tiempo para hacerlo se agota, porque la hora es la hora.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Mario Ghibellini es periodista

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