Mario Ghibellini

La zoología es una ciencia fascinante. Descendiente directa de las observaciones que dieron pie a la proliferación de los bestiarios medievales, permanece siempre atenta a la posibilidad de que la naturaleza la sorprenda. Esto es, a la aparición del sobreviviente de alguna especie que se creía extinta o, mejor aún, a la incorporación en sus catálogos de alguna criatura de la que no se tuviera noticia hasta el momento en que decidió salir de la espesura de alguna selva inhóspita o emerger de los abismos marinos. Tal ha sido el caso, en los últimos años, de, por ejemplo, el orangután de Tapanuli, el pez de Wakanda o el turbador crustáceo bautizado como ‘Epimeria Quasimodo’ por su lejano parecido con el jorobado de Notre Dame. Por eso, no deberíamos perder nunca las esperanzas de que un día la prensa nos informe que el Yeti o el monstruo del Lago Ness son algo más que una leyenda. ¿No nos han revelado acaso esta semana los diarios que, aquicito nomás, en el grasiento corazón de nuestra tres veces coronada villa, habita desde hace tiempo un curioso híbrido al que bien podríamos denominar el ‘toporongo’?

–'Roberto’, el subterráneo–

En principio, uno pensaría que toparse en plena ciudad con un bicho insólito es imposible. El sentido común sugiere que esas cosas podrían ocurrir en un ámbito silvestre y no entre los humos de los microbuses y los quioscos de expendedores de fritangas que agobian nuestra capital. Un escudriñamiento minucioso de los rincones de Lima, sin embargo, puede depararnos sorpresas. En ese sentido, en esta pequeña columna hemos sospechado siempre que el hecho de que la Plaza Bolívar esté enrejada no obedece solamente al propósito de evitar que las manifestaciones tumultuosas lleguen a las puertas del . La función protectora de esas rejas es, en realidad, doble: ponen a salvo a los de adentro de las amenazas externas, pero nos defienden también a nosotros de los peligros que allí se esconden. O, por lo menos, lo intentan. La Plaza Bolívar es, a nuestro juicio, una disimulada reserva natural.

Se concentran y se reproducen allí, en efecto, especies únicas como los “mochasueldos” de abdomen abultado y los “niños” de pelo teñido. Algunas de ellas, migratorias (sobre todo cuando los gastos están cubiertos por alguien más); y otras, en cambio, tan poco dadas al movimiento, que generalmente se quedan todo el invierno en sus madrigueras y cumplen con sus obligaciones vía ‘zoom’. Todas, no obstante, pertenecen en última instancia a la familia de los ‘Panterinos’ y al género ‘Panthera’. Es decir, estamos hablando de aquello que coloquialmente se conoce como ‘otorongos’.

Es en ese contexto, pues, que en la señalada reserva se ha detectado de pronto la existencia desconcertante del híbrido al que aludíamos antes: el resultado del cruce entre esos felinos moteados y una especie roedora de la que no se habían producido hasta ahora avistamientos en el hemiciclo. Nos referimos a los topos, animales capaces de permanecer bajo tierra durante largas temporadas y solo sacar la cabeza a la superficie cuando tienen algo realmente importante que reportar.

El escándalo que tiene a la , , contra las cuerdas ha puesto efectivamente en evidencia el trajín de un integrante de la representación nacional que, infiltrado en el centro nervioso de los enjuagues que los parlamentarios por lo general se apañan entre sí, habría funcionado durante meses como un informante del Ministerio Público sobre esas mismísimas materias. Se trataría del legislador o legisladora que actúa como interlocutor de Jaime Villanueva, el hasta hace poco asesor de la titular de la fiscalía, en el intercambio de chats que los medios han venido dando a conocer durante los últimos días. Chats que abordan un aparente cambalache de votos a favor de causas que interesaban a la señora Benavides por el archivamiento de carpetas de investigación que esos votantes tenían abiertas en la institución que ella encabeza. Un acuerdo que, de ser probado, acabaría seguramente con todos los involucrados en la sombra. En las comunicaciones internas de quienes llevan adelante la pesquisa de este turbio asunto el otorongo devenido topo es identificado con el nombre de ‘Roberto’, pero los iniciados en los misterios de este caso sostienen que ese es solo el alias de una parlamentaria que, para más detalles, tendría gran cercanía con la bancada de Fuerza Popular. Todo, sin embargo, se mueve hasta ahora en el terreno de las hipótesis.


–De corbata–

De cualquier forma, la existencia del toporongo tiene que haber causado pánico en el Palacio de la Plaza Bolívar. Así el caso que por el momento tiene a representantes de casi todas las bancadas palpándose continuamente la garganta acabase diluyéndose en la nada, los tópicos incómodos sobre los que este raro espécimen podría extenderse frente a los que quieran prestarle oídos abundan y las consecuencias de tanta locuacidad serían para los aludidos potencialmente letales. Pero eso, la verdad, es problema de ellos. A nosotros, mientras tanto, solo nos toca celebrar este nuevo hallazgo de la etología parlamentaria y hacer un brindis por las ciencias naturales.

Mario Ghibellini es periodista