(Ilustración: Mónica González)
(Ilustración: Mónica González)
Mario Ghibellini

Hace un año, cuando ya se conocía el resultado de la segunda vuelta pero aún no se había producido el cambio de mando, dijimos aquí que PPK había visto a la virgen más veces que el pastorcito de Fátima Francisco Marto. Aludíamos con ello a los obstinados golpes de suerte que le habían permitido alzarse con el triunfo electoral, pese a haber conducido una campaña pródiga en despropósitos y a la forma igualmente tozuda en que él se había empeñado en espantar a la buena fortuna cada vez que le había sonreído. Una circunstancia que, como hemos podido comprobar estos días, no cambió mucho con su llegada al poder.

Brindis navideño
Sería ocioso recapitular ahora la improbable sucesión de candidaturas retiradas y chicharrones rechazados que lo hicieron flotar el año pasado hacia un mano a mano con Keiko, en el que las resistencias al fujimorismo pesaron más que sus gestos de poco tino. Pero vale la pena recordar cómo, ya una vez en Palacio, intervenciones inverosímilmente torpes le evaporaron en un santiamén buena parte del apoyo que los peruanos le habían brindado a su recién estrenada administración. Ahí están, por ejemplo, la mentira que improvisó para explicar el retiro de su asesor Carlos Moreno (“mucho trabajo”, dijo), o el brindis con el que provocó a Fuerza Popular en la víspera de Navidad (“No nos dejaremos pisar por una mayoría en el Congreso que ganó la primera vuelta pero no la segunda, que es la que vale”): un brulote que hizo naufragar la tímida distensión que se había logrado tras el primer diálogo con la señora Fujimori en casa del cardenal Cipriani.

La reacción ante la emergencia del Niño costero, no obstante, le concedió la ocasión de recuperar el terreno perdido en materia de aprobación ciudadana… Pero solo para que el pésimo manejo político del ‘affaire’ Chinchero volviera a ponerlo contra las cuerdas.

En medio de ese trance, quiso la buena estrella del presidente que esta semana Keiko, forzada por los incordios domésticos en Fuerza Popular, le planteara una reunión para dialogar sobre los problemas que enfrenta el país en distintos terrenos: una oportunidad con la que el mandatario ni soñaba.

¿Cuál fue, sin embargo, su reacción? Pues aceptar desde luego la sugerencia, pero echándola sutilmente a perder. En su carta de respuesta a la señora Fujimori, en efecto, Kuczynski anotó que, concluida la reunión, esperaba “poder llevar los temas tratados en la misma al Acuerdo Nacional”. Es decir, a una instancia de la que jamás ha salido una política efectiva y práctica que haya sido adoptada por gobierno alguno.

En lugar de acordar tres o cuatro cosas fundamentales sobre el crecimiento económico, la seguridad o la educación entre las fuerzas políticas que controlan el Ejecutivo y el Legislativo y ponerlas inmediatamente en marcha, el jefe de estado optó por anunciar que pasará todo por el tamiz de una ‘comisión’. Y eso, como se sabe, es la fórmula segura de arruinar una iniciativa eficaz.

¿Actuó así para evitar que Keiko luciera como quien impone la agenda política en el país? Quizás, pero la verdad es que esa explicación es tan deleznable como cualquier otra, porque el resultado es el mismo: una buena ocasión para su gobierno y para el Perú nuevamente ahuyentada. Su fortuna, por lo que parece, es nuestra desgracia.

Esta columna fue publicada el 8 de julio del 2017 en la revista Somos.