Los incomprendidos, por Mario Ghibellini
Los incomprendidos, por Mario Ghibellini
Mario Ghibellini

Entre los atributos con los que la Providencia bendijo a monseñor Cipriani, ciertamente no se cuenta el don de lenguas. El cardenal, como es obvio, no logra hablarle a cada miembro de su rebaño en el idioma que entiende; y a veces, incluso, tiene dificultades para expresarse en el propio. La semana pasada, por ejemplo, en un programa radial, proclamó: “Las estadísticas nos dicen que hay abortos de niñas, pero no es porque hayan abusado de las niñas; son muchas veces porque la mujer se pone, como en un escaparate, provocando”. Y todos entendimos que, en su opinión, tales abortos se producían muchas veces a consecuencia de que la mujer –esa irredenta hija de Eva- andaba incitando al pecado, como en la época de la manzana. Pero parece que alguien -no queda claro si él o nosotros- se equivocó.

Días después, en efecto, en un intento de aplacar la tormenta que sus palabras habían desatado, Cipriani declaró: “Realmente he estado fastidiado leyendo interpretaciones que, utilizando una frase desafortunada y equivocada, pretenden criticar la responsabilidad que tengo como pastor”. Así que todo indica que la próxima vez que pasemos por el confesionario, aparte de pedir perdón por aderezar escaparates diabólicos, tendremos que hacerlo también por andar sacando conclusiones lógicas de una frase que él mismo ha calificado de “desafortunada y equivocada”. Los caminos del señor en verdad son misteriosos.

Jalar no es jalar

De cualquier forma, el ejercicio de contrición nos vendrá bien, porque resulta que también hemos retorcido un mensaje meridiano de nuestro nuevo presidente. En una reciente entrevista concedida al diario español El País, efectivamente, Pedro Pablo Kuczynski respondió a una pregunta sobre las dificultades de llevar adelante un gobierno con un Parlamento de mayoría adversa, con estas aladas palabras: “No todos los 73 congresistas de la bancada fujimorista son miembros del partido; habrá como 30 que se subieron al carro creyendo que ella [Keiko] ganaba y que recibirían una prebenda. Lo que hay que trabajar, desde un punto de vista completamente egoísta, es jalarse a algunos de esos”. Y todos entendimos que él consideraba que, en la bancada naranja, existían cerca de 30 legisladores que habían postulado bajo esos colores solo porque estaban ávidos de las prebendas que se pueden dispensar desde el Ejecutivo, y que, en la medida en que el triunfo había sido suyo, ahora, con ese afán de beneficio propio que caracteriza al egoísmo, podía jalarse a algunos de ellos a su equipo… Pero -¡ay, estrechez de entendederas¡- estábamos mal de nuevo.

“Han interpretado mal. Cuando yo digo ‘jalar’ es jalar las convicciones, no promover el transfuguismo para nada”, nos aclaró pronto el mandatario. Y avergonzados ante la evidencia de nuestras limitaciones para penetrar lo transparente, nos abstuvimos de preguntar por qué, entonces, si sus declaraciones habían sido tan impolutas, el premier Zavala tuvo que ir a donde Luz Salgado a ofrecer disculpas por ellas.

Cruel soledad la del poder que, en la iglesia o en el estado, condena al parecer a quien lo ostenta a sufrir la incomprensión de los feligreses o los ciudadanos que, provistos de rústicos diccionarios y una modesta experiencia de hablantes sin lustre, nos empecinamos siempre en interpretar sus frases iluminadas por el lado oscuro. 

Esta columna fue publicada el 6 de agosto del 2016 en la revista Somos.