La inocencia de los silentes, por Mario Ghibellini
La inocencia de los silentes, por Mario Ghibellini
Mario Ghibellini

La demora en aceptar el debate con Pedro Pablo Kuczynski le ha costado a Keiko. Solo cuando él impuso la imagen de que ella se le estaba corriendo, la candidata de Fuerza Popular se avino a la confrontación de ideas y, en consecuencia, su contendor ha capitalizado políticamente lo ocurrido. Una circunstancia que acaso mueva a la señora Fujimori a revisar el código del silencio que les ha impuesto a muchos de los antiguos voceros de su agrupación y, en cierta medida, se ha impuesto también a sí misma.

De un tiempo a esta parte, efectivamente, conseguir a representantes del fujimorismo que quieran pronunciarse sobre materia alguna se ha convertido en un dolor de cabeza para los medios. Reuniones urgentes de campaña, ‘descoordinaciones’ entre los encargados de prensa del partido y los potenciales entrevistados y una salud quebradiza que tiende a postrar a todo el elenco naranja en cama, conspiran constantemente contra la posibilidad de conversar con cualquiera de ellos. Y la verdad es que las razones de tanta renuencia a dar la cara son comprensibles: el problema no es tanto que todo lo que los fujimoristas digan pueda ser utilizado en su contra, cuanto que ellos solo dicen –y repiten– todo, pero tooodo lo que puede ser utilizado en su contra.

Y si alguien cree que esto es una exageración, que piense en las intervenciones estelares de Chacón, Becerril y Petrozzi durante esta segunda vuelta. Y sobre todo, en las del levantisco Kenji.

HADO NADINO

Como decíamos antes, sin embargo, semejante silencio –que alcanza incluso a la lideresa del partido– tiene un costo. Cuando hay tanto poder de por medio, si la persona que lo concentra o aspira a concentrarlo no habla, alguien más lo hará por ella. Y andar creyendo que en este caso podría producirse una excepción es una ingenuidad absoluta.

En torno a quienes se asoman al umbral de Palacio revolotean siempre, como polillas atraídas por la luz, personas ávidas de gorrear un poco de las riendas que están en juego, por lo que la señora Fujimori debería considerar que, si bien en boca cerrada no entran moscas, a lo mejor algún polillón sí. Y ya se sabe el efecto de carcoma que estos suelen producir en el objeto que atacan.

Si ante su laconismo alguien a quien ha colocado aparatosamente en su entorno comienza a modular un discurso no previamente acordado, lo que sucede es que ella tiene que hacerse cargo de lo dicho. Y los discursos en cuestión pueden ser atinados pero también delirantes. Además, si eso puede constituir un serio problema durante la campaña, es de imaginar las dimensiones que podría adquirir en la eventualidad de que la persona eclipsada por el rollo ajeno llegase al gobierno.

¿Nos dispensaría Keiko un hado nadino si obtiene la victoria en segunda vuelta? ¿Corremos el riesgo de que la Clarice chancona que habita en ella busque orientación en algún Hannibal criollo que la conduzca al despeñadero? Si miramos el contexto político en el que ella se ha desenvuelto en estos días, podemos barruntar una respuesta.

Y la verdad es que con voceros como los que ha estrenado recientemente, no es inverosímil que pronto alguien acabe clamando: “¡Kenji reposición!”.

Esta columna fue publicada el 14 de mayo del 2016 en la revista Somos.