(Ilustración: Mónica González).
(Ilustración: Mónica González).
Mario Ghibellini

En la última semana, todos estuvimos usando la calculadora, pero Kenji un poco más. Seguramente él también estuvo analizando los distintos escenarios posibles para nuestra clasificación al Mundial, a partir de hipotéticos resultados y marcadores. Pero daría la impresión de que, además, estuvo calculando fechas y eventos que pudieran modificar la suerte que le tiene reservada el comité disciplinario de Fuerza Popular por su naturaleza díscola y respondona. Y de todas las operaciones en las que se enredó en estos días, hay esencialmente una que continúa sin resultarle.

Intoxicación por gutapercha

Consideremos la siguiente cadena de hechos ocurridos durante el mes previo al partido con Colombia: Perú le gana a Ecuador en Quito (mejorando sus opciones de ir al Mundial y el humor de todos los peruanos), Marisol Pérez Tello deja el gabinete en medio de una crisis que no la involucraba directamente, Perú le empata a Argentina en Buenos Aires (mejorando aun más los indicadores ya mencionados), el Ejecutivo cambia a los integrantes de la comisión de gracias presidenciales, el presidente Kuczynski se enzarza en un nuevo trabalenguas sobre la posibilidad de indultar a Fujimori (“Aquí estamos hablando de salud, no hablamos de perdonar a nadie”, sentenció… solo dos meses después de haber afirmado: “no es un indulto, es un perdón médico”), crecen los rumores sobre la inminencia del otorgamiento de la gracia inmediatamente después del voto de confianza al gabinete Aráoz (aprovechando el espíritu festivo que produciría la clasificación a Rusia 2018 tras el inexorable triunfo sobre Colombia); y, last but not least, Kenji no se presenta ante el comité disciplinario de su partido y envía un certificado médico que anuncia que va a estar enfermo hasta el 22 de los corrientes. Un desplante en el que solo faltó el detalle de anotar que el mal que padecía era intoxicación por gutapercha.

¿Qué sugiere la secuencia? Pues que, conforme avanzábamos hacia la presunta consumación de nuestro nuevo destino mundialista, se iban removiendo los obstáculos para la concesión del perdón – no perdón médico, y que Kenji estaba convencido de que para el 22 ello ya habría sucedido y a ver quién se atrevía a sancionarlo entonces…

Pero el hado, que es cruel y se complace en desengañar ilusos, nos deparó un empate y una definición todavía pendiente con Nueva Zelanda. Y digamos que, con ello, el indulto se fue también al repechaje. En el camino, sin embargo, el Ejecutivo se encargó de complicarse todavía más lo que ya era complicado, pues atrajo la atención sobre lo que se quería disimular bajo el estruendo de las vuvuzelas, al nombrar como cabeza de la remozada comisión de gracias presidenciales a un caballero de 92 años. Un gesto de indudable renovación.

Tras confesar que no sabía quién lo había designado para ese cargo ni por qué, el señor Franchini renunció al nombramiento, pero ya el carnaval estaba desatado. Ahora, aun cuando terminemos clasificándonos para el Mundial dentro de un mes, el gobierno tendrá que pensárselo dos veces antes de permitirse una gracia más, porque, con esta torpeza, el discurso de la preeminencia de los criterios médicos para el indulto ha terminado de revelar su entraña de mojiganga.

Y Kenji, claro, ya repuesto de sus dolencias y probablemente sancionado, tendrá que abocarse de nuevo a la operación que no le resulta. Pero sin desanimarse, porque, parafraseando al poeta, es difícil usar la calculadora pero se aprende.

Esta columna fue publicada el 14 de octubre del 2017 en la revista Somos.