Llanto y llantén, por Mario Ghibellini
Llanto y llantén, por Mario Ghibellini
Mario Ghibellini

El asunto de las disculpas que quieren que Kuczynski les ofrezca por los agravios de la campaña se ha transformado para los fujimoristas es una discreta obsesión. Es verdad que en los estamentos más bajos del partido, ya hay quienes hablan de ‘pasar la página’. Pero conforme se escala en la estructura de poder de Fuerza Popular, la amargura se intensifica y la demanda se torna perentoria. Y lo más preocupante de todo es que no se termina de distinguir respecto de qué exigen en realidad que el virtual presidente les pida perdoncito. Porque si bien es cierto que el hombre les lanzó serias ofensas durante la segunda vuelta (sobre todo aquella de “hijo de ratero es ratero también”), es innegable que ellos igualaron el marcador con elegantes flemazos, como el de decirle que “traicionó al Perú” al promover ciertos cambios legislativos durante el gobierno de Toledo.

La carga de los 73

Si el de los insultos se revela, pues, como un argumento insuficiente para el reclamo de las excusas, no queda sino asumir que, en el fondo, lo que los fujimoristas ansían es que PPK se disculpe simplemente por haberles ganado las elecciones. Porque, a decir verdad, para cualquiera que haya trabajado cinco años denodadamente por un triunfo en las urnas, ser doblegado por una campaña tan pero tan mala como la del candidato de Peruanos por el Kambio constituye una ofensa. Y asumir que el principal responsable de semejante desaguisado ha sido uno mismo siempre es un trago difícil de apurar.

Por eso, cuando hace unos días se presentó con sus 73 parlamentarios electos para reconocer los resultados electorales, Keiko culpó al resto del mundo –al poder económico, al poder mediático, al poder de Grayskull- de su derrota y amenazó directamente a su antiguo contendor con ejercer una gestión congresal persecutoria gracias a esa mayoría. “Defenderemos los intereses del pueblo contra los lobbies y el poder de las grandes empresas”, dijo en clara evocación de la que había sido su más constante acusación contra Kuczynski durante la campaña. Y luego agregó: “Nuestro esfuerzo estará concentrado en esa defensa”. Como si la gestión de intereses (que no es un delito) y no la inseguridad ciudadana, el crecimiento económico o la educación fuese el principal problema del país.

Se diría, pues, que en buena cuenta, lo que ocurre con la señora Fujimori y sus adláteres es que sufren de una mala resaca de la borrachera del poder casi alcanzado que, en la antesala del triunfo, los llevó a cometer despropósitos tan gruesos como inexplicables. Porque es de eso de lo que estamos hablando, ¿no? De gente inteligente cometiendo actos idiotas (como suele suceder cuando la vanidad del mando llama a la puerta) y que ahora trata de responsabilizar furiosamente a ese infierno que son los otros de sus propios desbarres, en lugar de asumir su luto y buscar que se desinflamen sus heridas para poder contribuir con el buen gobierno del país desde la posición que el voto ciudadano les ha concedido.

Llanto y llantén es lo que la lideresa de Fuerza Popular necesita para digerir su derrota e ir a saludar con madurez al futuro presidente. Pero pronto. No vaya a ser que Kenji se le adelante.      

Esta columna fue publicada en la revista Somos el 18 de junio del 2016.