"Cuando la prensa anda cerca, Hernando de Soto exhibe, en efecto, una cierta vocación por posar junto a sus diplomas y disertar acerca de las distinciones que ha recibido, así como de las que considera que recibirá cualquier día". (Ilustración: Víctor Aguilar)
"Cuando la prensa anda cerca, Hernando de Soto exhibe, en efecto, una cierta vocación por posar junto a sus diplomas y disertar acerca de las distinciones que ha recibido, así como de las que considera que recibirá cualquier día". (Ilustración: Víctor Aguilar)
Mario Ghibellini

A poco más de un mes de las elecciones, las sorpresas no se pueden descartar. Las últimas encuestas hablan, por ejemplo, de un crecimiento perceptible en la intención de voto por el que tan afanosamente trata de identificarse con Porky, pero todavía no sabemos si, como su alter ego, al final será sometido por alguna competidora con aires de Petunia. , por otra parte, no amenaza esta vez con robarse ropitas, pero sí ropajes radicales con los que podría dejar fuera de la segunda vuelta a Verónika Mendoza. Y George Forsyth, como se sabe, está que se desbarranca, pero acaba de hacer cambios en la “infratutura” de su comando de campaña que a lo mejor detienen la caída.

Así como hay espacio para los giros inesperados, sin embargo, hay también en el panorama bloques de realidad que lucen más bien inamovibles. Es decir, postulaciones presidenciales que, a pesar de los discursos rebosantes de optimismo de quienes las encarnan, tienen ya todo el aspecto de estar condenadas a terminar, cuando se conozcan los resultados del 11 de abril, en el cajón de “otros”, del que quizás nunca salieron.

Y si bien la brusca conciencia de la propia pequeñez tiene que ser un golpe duro para cualquiera de los aspirantes a (matricularse en esa carrera supone, después de todo, siempre una autoestima hinchadita), para algunos, la herida que esa revelación le infligirá al narciso que camuflan bajo su piel será sencillamente intolerable.

–Resignación social-cristiana–

Precisemos de antemano que no se nos antoja verosímil que todos los integrantes del actual ramillete de candidatos presidenciales hayan pensado seriamente en algún momento que podían ganar. Las razones por las que los señores Rafael Santos (Perú Patria Segura), Andrés Alcántara (Democracia Directa) o Ciro Gálvez (Runa) se lanzaron a participar en esta competencia serán siempre un misterio, pero con seguridad podemos eliminar de entre ellas la del sueño de una eventual victoria.

En el caso de otros postulantes, como, por ejemplo, del PPC, la necesidad de salvar una marca partidaria o algún remanente de vergüenza torera explican el lance al ruedo. Pero es obvio que cuando el “flash electoral” los fulmine, encajarán la noticia con resignación social-cristiana.

Existe, por último, un tercer grupo de ciudadanos colocados en el partidor de esta carrera que no aspiran realmente al poder, sino a estar en capacidad de decir que las denuncias o acusaciones penales que se ciernen sobre ellos son producto de una “persecución política”. es el más notorio de ellos, pero no el único.

Todos los otros candidatos, no obstante, sí se alucinaron, en opinión de esta pequeña columna, alguna vez triunfadores; o por lo menos, llamados a cumplir un rol protagónico en el drama electoral en marcha. Y ahora, de pronto, están a punto de comprender que, en el mejor de los casos, forman parte de un coro que se mueve sin concierto a unos pasos del proscenio y sin saber siquiera si está interpretando una comedia o una tragedia.

Son esos los caballeros (porque hablamos solo de varones) a los que más áspero les ha de resultar el choque con la indiferencia de los votantes, cuando les toque enfrentar la próxima encuesta. ¿Tendrá acaso para consolarse alguna teoría sobre el hecho de que, tras tanta identificación con él, repentinamente la gente ya no lo reconozca? El tinte no puede explicarlo todo… Algo de la grandilocuencia con la que se ha expresado todo este tiempo a propósito de sí mismo va a requerir pronto, por lo que parece, un ligero reajuste.

Y en lo que concierne a Marco Arana, ¿qué efecto tendrá pasar de la fantasía de que se necesitaría una catedral para congregar a sus seguidores a la cruda constatación de que bastará con una ermita? ¿Conseguirá el impacto de ese contraste amargo alejarlo del pecado de soberbia que algunos de sus antiguos asociados políticos le atribuyen? Imposible saberlo, pero, en cualquier caso, tiempo para reflexionar sobre el asunto indudablemente va a tener.

Apostaríamos doble contra sencillo, por último, a que para ninguno de los muchachos del coro el descubrimiento de que va de ‘extra’ en esta obra será tan ingrato como para el añejo púgil que ha presentado en estas elecciones.

–Demi Nobel–

Cuando la prensa anda cerca, exhibe, en efecto, una cierta vocación por posar junto a sus diplomas y disertar acerca de las distinciones que ha recibido, así como de las que considera que recibirá cualquier día. El hombre, qué duda cabe, es un hit… Pero algo no está funcionando esta vez en su contacto con la ciudadanía. Para ponerlo en sus términos, su mensaje “no está llegando”. Expresarse en una corrupción del latín que a ratos se asemeja más al ladino que al castellano, por supuesto, no ayuda. Pero algo más tiene que estar fallando para que la intención de voto por él no refleje hasta ahora tanta magnificencia.

Viejos conocidos suyos sostienen que lo más probable es que, para evitar el zarpazo a su autoestima, termine retirándose de la contienda. Pero quién sabe: a lo mejor resiste hasta el final y aguanta nomás el golpe. Total, igual lo olvidaría de inmediato.