Tampoco tampoco, por Mario Ghibellini
Tampoco tampoco, por Mario Ghibellini
Mario Ghibellini

Los fujimoristas despliegan por estos días dos tipos de torpezas: las espontáneas y las deliberadas. Espontánea, por ejemplo, ha sido la que protagonizó Héctor Becerril al colgar en su cuenta de Twitter una foto trucada de Verónika Mendoza para tratar de vincularla con el terrorismo, mientras que deliberada fue la propuesta de Julio Gagó de que el mensaje presidencial de 28 de julio incluya el anuncio de un indulto a Alberto Fujimori para lograr “una reconciliación real” entre PPK y Fuerza Popular. Ambas expresan, por cierto, un reverdecimiento del fujimorismo duro, pero analizar las primeras no vale la pena, pues son algo así como lo metafísicamente dado en la tienda naranja. Las segundas, en cambio, sugieren –por difícil que resulte creerlo– la existencia de un plan. Y eso sí que merece atención.

NIÑO-SÍMBOLO

Poner sobre el tapete nuevamente el asunto del indulto al ex presidente y asignarle además la función de medio de cambio (según Gagó, el hipotético gesto de Kuczynski sería deseable “para que haya gobernabilidad”), justo en los días en los que unas imprecisas ‘bases fujimoristas alistaban una marcha con el mismo fin, no parece, en efecto, una iniciativa producto del azar. Y si consideramos adicionalmente que quien la echó a rodar es el ‘sidekick’ de Kenji, la cosa comienza a adquirir ribetes de movimiento fríamente calculado.

El benjamín de los Fujimori, como se sabe, es el niño-símbolo del ‘albertismo’ en Fuerza Popular, y si su fiel escudero aparece de pronto con una idea que sintoniza perfectamente con las pulsiones de ese sector, no queda sino maliciar que está cumpliendo instrucciones superiores. ¿Con qué objeto? Pues con el de forzar a Keiko –la hermana que hizo bajar la cabeza a Kenji cuando este dijo que la decisión de postular o no en el 2021 sería suya, y por la que no acudió a votar en la segunda vuelta– a ponerse híspida con el futuro presidente.

Y no es que la ex candidata del fujimorismo quisiera ser precisamente afectuosa con el contendor que a última hora la derrotó con el vuelto de su frase sobre las pelonas en una elección que tenía ganada. Pero sí, por lo menos, coherente con su promesas de campaña. Y en campaña, ella dijo que si su padre dejaba la cárcel, sería por la vía judicial y no por la política... Pero a ver que salga a decir ahora que se opone a la marcha para demandar su libertad.

Convenientemente de viaje mientras los legisladores de todas las bancadas juran –complacidos o contrariados– sus cargos ante un desdeñoso Kenji, Keiko regresará, sin embargo, pronto a un escenario de revancha. Es decir, a un escenario en el que sus tímidos aires de renovación van a ser sepultados de forma definitiva y los saludos nostálgicos al 5 de abril y los empellones sin disculpa serán, como hemos visto en estos días, tolerados con un recogimiento de hombros. Un escenario, en fin, en el que prácticamente la van a hacer jurar también a ella.

A menos, claro, que se arme de valor y le repita a su hermano ese mantra esquinero con el que él trata de salir de apuros cuando alguien le plantea una de esas tantas interrogantes cuya respuesta se le escapa.

Esta columna fue publicada el 23 de julio del 2016 en la revista Somos.