(Ilustración: Mónica González).
(Ilustración: Mónica González).
Mario Ghibellini

El presidente tiene un problema: la esencia de algunas de sus propuestas de reforma política de parte del y, en junio, él dijo que si eso ocurría, por el Gabinete Del Solar había sido denegada y tendría que actuar “como está establecido en la Constitución”.

Con esa perífrasis estaba aludiendo, por supuesto, a la posibilidad de disolver el Parlamento. Pero ese tipo de medidas dramáticas son siempre más fáciles de mencionar en tono de amenaza que de poner en práctica. Sobre todo, si suponen una interpretación con efecto retardado del voto de confianza. Una interpretación que, para ser exactos, equivaldría a decirles a los miembros de la representación nacional: ustedes habrán votado por otorgarla, pero por su comportamiento posterior, me doy cuenta de que no fueron sinceros y, en consecuencia, procedo a leer ‘no’ donde ustedes dijeron ‘sí’ y los disuelvo.

Como se ve, una figura forzada y de constitucionalidad más que dudosa (como ha señalado la mayoría de expertos en la materia) y contra la que le han advertido ya al gobierno hasta bancadas amigas (APP).

Curándose en salud, además, 90 legisladores votaron la noche del jueves a favor de autorizar al presidente del Congreso a presentar una al Tribunal Constitucional a fin de que esclarezca el alcance y la forma en que se ejerce la cuestión de confianza, con lo que le han pintado a la potencial disolución un paisaje de fondo que va desde la vacancia presidencial hasta el fundo Barbadillo.

—Toda la quincha—

Dentro del Ejecutivo, por otra parte, la radical medida debe contar también con algunos objetores. Es de suponer, por ejemplo, que los ministros –que tendrían que ser los primeros en irse a su casa si se ‘entendiese’ de pronto que la confianza fue en realidad denegada– no han de estar muy contentos con la perspectiva de tener que dejar los fajines antes de haber hecho algunos goles que les permitan pasar a la historia. De ahí, quizás, el comentario del presidente del Consejo de Ministros, Salvador del Solar, en el sentido de que, en lo que concierne a los proyectos de reforma presentados por el gobierno, “”.

Adicionalmente, y a contrapelo de lo que muchos temen, la caída de la aprobación presidencial en alrededor de registrada por las últimas encuestas de Ipsos y el IEP no necesariamente funciona como un estímulo para volver a cargar contra el Congreso. Si algo revelan esas cifras es que el efecto energizante de tal recurso dura cada vez menos y que el músculo político del mandatario para echarse lances arriesgados no es el de hace seis o siete meses.

Y por último, pero no por ello menos importante, hay que considerar el impacto que la incertidumbre que un cambio tan brusco en la esfera de la toma de decisiones políticas del país tendría en la economía. Un terreno en el que el presidente no tiene muchos datos alentadores para exhibir en su mensaje de 28 de julio.

Una cosa, sin embargo, es que no tenga nada bueno que anunciar al respecto en fecha tan magna y otra, que se vea forzado a advertirnos que lo que ya está mal está a punto de empeorar.

Si tuviera, pues, una brizna de prudencia, el jefe del Estado debería tratar de bajarle las revoluciones a su antigua amenaza y dejar pasar las hojas del calendario sin mover el asunto. Pero justamente la circunstancia de que estamos a un día de la presentación de su mensaje por Fiestas Patrias conspira contra ello.

¿Cómo podría, en efecto, el presidente Vizcarra dirigirse al país y no referirse a la suerte que ha corrido su apuesta más importante en lo que va del año? Está claro que no puede… Pero igualmente claro está que ninguna de las dos salidas que se le ofrecen en ese trance es buena. Si va para adelante y disuelve el Parlamento, se juega la posibilidad de que le caiga encima toda la quincha ya descrita. Y si en cambio se echa para atrás, pierde cara y la montonera congresal le cae encima de aquí al final de su mandato. Lo que, sumado al apocamiento que ha mostrado ante el gobernador regional de Arequipa (al aceptar revisar la revisión de la licencia de construcción de Tía María), lo dejaría convertido en un guiñapo político.

—Pánico escénico—

Así las cosas, no sería de extrañar que el mandatario estuviese padeciendo a estas horas de una forma de pánico escénico a propósito de su comparecencia de mañana ante el Congreso. Los ultimátums suelen ser rendidores ante la opinión pública al momento de ser lanzados, pero tienen un serio inconveniente: que eventualmente las circunstancias que demandarían hacerlos efectivos se producen.

Hay que decir, sin embargo, que haber llegado a esto es solo responsabilidad del jefe de Estado. Los asesores son asesores y sus recomendaciones son disparos al aire que únicamente quien ostenta el auténtico poder está en capacidad de transformar en actos que comprometen la suerte del país.

Crear la ilusión de que la disolución de este Congreso era la panacea para los problemas de la república fue frívolo, ligero y cortoplacista. Pavorosa como es, esta representación nacional no es la causa de que la economía o la seguridad estén como están. Y si por el influjo de una mala estrella, el mandatario decidiera empujar hasta sus últimas consecuencias la fantasía de que sí lo es, pronto descubrirá la profunda sabiduría que encierra la sentencia aquella que dice que cada quien es dueño de sus silencios pero puede acabar preso por sus palabras. O algo así.