Mucho antes de que las llamadas ‘fake news’ se apoderasen de las redes, los políticos inventaron un género noticioso igual de engañoso, pero más sutil. Uno en el que las presuntas primicias no son exactamente falsificadas, sino más bien maquilladas. Esto es, tocadas con resaltadores y sombras que hacen lucir deslumbrante lo ordinario y ocultan a la vista lo ingrato.
Hambrientos de popularidad, quienes aspiran al poder o quieren preservarlo se han adiestrado desde siempre en el difícil arte de decir las cosas que tienen que decirle a la gente de modo que les reporten el mínimo costo o el máximo beneficio posible, según sea el caso. Una mentira monda y lironda puede tener ventajas iniciales, pero en el mediano plazo tiende a volverse contra el que la pronunció y pasarle una factura onerosa, así que los políticos más taimados buscan evitarlas, moviéndose perpetuamente en una zona gris que les permite luego desentenderse de lo que sus palabras pudieran haber sugerido al oído ingenuo.
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Tan extendida está esa costumbre en el gremio al que aludimos, que casi se podría editar un glosario para decodificar adecuadamente lo que sus integrantes en verdad están diciendo cuando, a la hora de hablar en público, tratan de mimetizarse bajo expresiones ambiguas. En boca de un potencial candidato a cualquier cosa, por ejemplo, el giro “no lo descarto” quiere decir “de todas maneras”. Y cuando un presidente desliza por ahí que lo anunciado por uno de sus ministros “no es exacto”, debemos entender que lo declarado por ese miembro del gabinete es completamente falso.
–Medio entusiasmo–
Toda esta introducción viene a cuento a propósito de la forma en que el presidente Sagasti nos comunicó esta semana que el gobierno finalmente cerró trato con dos de los laboratorios que están produciendo vacunas contra el COVID-19 y que el primer lote de ellas está próximo a llegar. Una noticia sin duda reconfortante; sobre todo después del desaliento que supuso enterarnos de que Vizcarra nos había timado descaradamente con sus bulos al respecto.
Lamentablemente, sin embargo, lo que nos tendría que haber sido informado con veracidad minuciosa nos fue servido a los peruanos con aderezos y omisiones que revelan que el mandatario de transición, que hasta ahora ostentaba al menos la virtud de la discreción, se ha estrenado en la añeja práctica que aquí describimos.
Tras declarar que se había concretado la compra de 38 millones de dosis a Sinopharm, el jefe de Estado, en efecto, añadió que se acababa de suscribir un acuerdo para “recibir un primer envío de 1 millón de dosis que llegará durante el mes de enero”. Una sentencia en la que los elementos que quedan grabados en la mente del angustiado ciudadano que la escucha son dos: “1 millón” y “enero”.
No se tomó el trabajo de aclarar el presidente que la vacuna de Sinopharm, como tantas otras, requiere ser aplicada en una doble dosis por persona, por lo que el lote aludido solo alcanzará para inmunizar a 500 mil compatriotas. Eso constituye, desde luego, un buen principio (particularmente si consideramos lo desolador que lucía el panorama hace menos de una semana)… Pero en esta pequeña columna apostaríamos doble contra sencillo a que la mayoría de ciudadanos que escuchó el mensaje entendió que los vacunados serían un millón.
La responsabilidad de hacer la antipática precisión, no obstante, se la dejó Sagasti a la ministra Pilar Mazzetti. Con el desmaquillador de noticias en la mano, la titular del Minsa aclaró al día siguiente que con el envío inicial de Sinopharm “se vacunará a medio millón de personas que trabajan en salud”, cortando el entusiasmo que las palabras presidenciales probablemente habían desatado por la mitad. Y peor aún, cuando la prensa le demandó que señalara el día exacto de enero en que el ansiado cargamento llegaría, tuvo que murmurar: “las fechas de llegada son aproximadas”. Un detalle que se le olvidó mencionar al mandatario en su proclama.
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Por si a alguien le cupiesen dudas sobre la vocación del presidente por presentar un tanto camufladitos los aspectos menos gratificantes de la noticia sobre las vacunas, cabe recordar asimismo la parte aquella de su discurso en la que señaló que esperaba tener entre 14 y 15 millones de peruanos vacunados “antes de que arrecie la temporada de invierno en nuestro país”. Una fórmula retórica claramente influida por las cuartetas de Nostradamus.
¿Era tan difícil decir, por ejemplo, “antes del 5 de agosto” (una fecha que más o menos coincide con el momento más crudo del invierno en estas latitudes)? Evidentemente, no. Pero la aclamación que atrae la cifra de inmunizados prometidos se vería diluida por lo remoto del día. Y los aplausos tímidos suelen antojárseles ofensivos a los que se ciñen la banda embrujada.
–Trémulo de emoción–
Si hubiese querido ser completamente transparente, pues, Sagasti nos tendría que haber dicho que, salvo el medio millón de vacunados que se conseguirá con el anticipo de Sinopharm, será muy poco lo que se podrá hacer a ese respecto mientras él sea presidente. Y nadie en su sano juicio podría habérselo reprochado, porque el mérito de que estemos como estamos le corresponde todito a Vizcarra (y a, ejem, los ministros o ministras de Salud que lo acompañaron durante su calamitosa administración de la pandemia).
Pero la vanidad, al parecer, invariablemente acaba por hacer su trabajo en los que prueban, aunque sea de manera temblorosa, el poder. Y a la vanidad, ya se sabe, la sigue siempre de cerca el maquillaje.
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