(Ilustración: Mónica Gonzáles)
(Ilustración: Mónica Gonzáles)
Mario Ghibellini

Que el benjamín de los Fujimori estaba en pie de guerra con su desdeñosa hermana lo sabíamos hace tiempo. Pero lo que la votación de la frustrada vacancia presidencial trajo como novedad fue que la leyenda urbana que los ‘albertistas’ relataban a quien quisiera escucharlos era cierta: existía en la bancada de Fuerza Popular un bloque de congresistas dispuestos a amotinarse contra Keiko y seguir los designios visionarios de Kenji

Las versiones más afiebradas hablaban de veinte o treinta insurrectos, pero nueve no está mal. Fueron suficientes, por lo pronto, para hacerle perder a la mandamás del partido el empeño político más ambicioso en el que se había embarcado desde su última derrota electoral. Y por lo demás, las huestes reducidas emanan siempre un aura de coraje y desafío, a la que en este caso Kenji y sus apuntadores no se han demorado en sacarle provecho. O, por lo menos, en intentarlo. 

Cuerpo a tierra

En una de esas caricaturas que suele colgar en las redes, en efecto, el líder de la revuelta se ha retratado a sí mismo y a sus camaradas como una variante de ‘Los Vengadores’, esa cuadrilla de paladines prestos a librar al mundo de las peores amenazas que cada cierto tiempo irrumpe en las salas de estreno. “Los héroes que salvaron la democracia y cambiaron la historia”, los ha llamado Kenji

Pero si bien la hipérbole es un recurso habitual en los relatos que se quieren épicos, habría que sugerirle al joven congresista que, a propósito de este particular ramillete de milicianos, aplique su famosa máxima (ya saben ustedes cuál). Porque, a decir verdad, más que vengadores parecen un comando suicida. 

Primero, porque arrastran aquí y allá historias de certificados de estudios truchos, sentencias judiciales incumplidas y curiosidades varias del Ministerio Público en torno a sus actividades pasadas. Segundo, porque en lugar de lanzar expresiones memorables como el “¡Por Midgard!” de Thor o siquiera el “¡Recórcholis, Batman!” del equívoco ‘joven maravilla’, ellos serán recordados por novedosas intervenciones parlamentarias sobre los ‘agresores sanos’ de mujeres y las causas del Alzheimer. Y tercero, porque todo parece indicar que, políticamente, están en un callejón sin salida. 

Si los convencieron con la tesis de que la liberación del ingeniero viajero provocaría un reacomodo de los liderazgos al interior de Fuerza Popular que acabaría favoreciéndolos, a estas alturas ya deben estar sospechando que también en esa fábula alguien exageró. Después de un primer momento de desconcierto y temor ante las represalias, hasta los congresistas Reátegui y Becerril, que habían ensayado un raudo cuerpo a tierra después de sus sacrílegas declaraciones con respecto al ex presidente, se han animado a asomar la cabeza, demostrando que, en el partido y en la bancada, la que sigue mandando es Keiko. El poder de Alberto radica en las urnas y estas están a tres años de distancia. 

Así las cosas, lo que les queda a los ‘nueve contra Keiko’ es cumplir el destino de asimilarse a la ‘bancada mixta’ y explorar los deleites de la amistad con el legislador Vieira y la conversación con la señora Vilcatoma. Porque si se les ocurre pedir perdoncito y tentar un reingreso a la corte de la cruel soberana, lo único que van a obtener es un jergón en las mazmorras del palacio y la triste distinción de ser los primeros vengadores víctimas de una venganza.

Esta columna fue publicada el 13 de enero del 2018 en la edición impresa de la revista Somos.