Pensamiento Guía, por Mario Ghibellini
Pensamiento Guía, por Mario Ghibellini
Mario Ghibellini

Pedir la vacancia presidencial porque el Gobierno no atiende las demandas de ciertas comunidades religiosas sobre la ‘identidad de género’ (lo que sea que esa expresión quiera decir) es, desde luego, un disparate. Y sin embargo, eso fue exactamente lo que el congresista Moisés Guía –integrante de la bancada oficialista, para mayor escarnio– hizo la semana pasada. Lo verdaderamente pasmoso, no obstante, no fue tanto la ‘pastrulada’ del legislador presuntamente gobiernista, cuanto la solapada acogida que la misma ha tenido en la clase política local.

GOLOSA MENDOZA
Sin querer queriendo, la intervención de Guía evocó algo de las clásicas escenas de El Chavo del 8 en la escuela. En estas, como se recordará, suelen aparecer el profesor Jirafales y todos los personajes infantiles de la serie en medio de un gran barullo que de pronto se interrumpe para dejarnos escuchar la voz solitaria del Chavo diciendo alguna impertinencia sobre “el maestro Longaniza”. Una impertinencia que, lógicamente, suscita una breve incomodidad en el salón. No es que los otros chicos no conozcan el apodo del profesor (de hecho, lo usan también cuando conversan entre sí, lejos de los adultos), sino que son conscientes de que, en ese contexto, no debía ser pronunciado en voz alta.

Pues bien, de modo similar, si bien el exabrupto del parlamentario ppkausa produjo reacciones entre políticos de diversas tiendas, lo cierto es que nadie se escandalizó demasiado por el contenido. Las reprensiones que el demandante de la vacancia presidencial recibió apuntaron más bien a lo inoportuno que resultaba decir algo así en el local del Congreso o frente a la prensa. Y pasados los días, gracias a una intervención salivada de Verónika Mendoza sobre la posibilidad de que Kuczynski ‘caiga’, ha quedado claro que, entre los merodeadores del poder, el ‘pensamiento Guía’ simplemente amenaza con convertirse en doctrina.

La pregunta fundamental, entonces, es: ¿qué hace considerar a todos ellos esa ‘caída’ como una posibilidad no tan remota? Y la respuesta, a juicio de esta pequeña columna, es el desvarío que sugieren, un día sí y el otro también, las declaraciones públicas del jefe de Estado. Como, por ejemplo, los últimos desatinos que declamó en Chincheros, a propósito de la construcción del aeropuerto con la que habían decidido ir adelante, y luego no, y luego otra vez sí…

“Todos esos loquitos que dicen que de aquí no se va a despegar, que no habrá facilidades, que se tomen una pastilla”, recetó PPK primero. Para después, ya en pleno paroxismo retórico, proclamar: “¡A los criticones les decimos: cállense la boca; déjennos trabajar!”.

¿“Loquitos”, dijo? ¿“Tómense una pastilla”? ¿“Cállense la boca”? La verdad es que ante necedades tan ofensivas hacia sus mandantes, uno no puede sino preguntarse qué parte del encargo que le dimos el día de las elecciones y de la modestia con la que le toca desempeñarlo no entendió…

A ningún presidente, por supuesto, puede vacárselo por decir paparruchadas (de ser así, no habría culminado mandato alguno de nuestra historia republicana). Pero la sospecha de que, además de decirlas, pudiera estar pensándolas abre un escenario distinto para aventureros como los seguidores de la doctrina Guía. Así las cosas, el recurso de la pastilla, en realidad, no sería tan mala idea, si no fuera por lo poco recomendable que resulta siempre la automedicación.

Esta columna fue publicada el 11 de febrero del 2017 en la revista Somos.