Pequeño saltamontes, por Mario Ghibellini
Pequeño saltamontes, por Mario Ghibellini
Mario Ghibellini

Nadie dice que Alfredo Thorne no tuviera ya un talento natural para recitar desatinos al llegar al gabinete. Después de todo, su famoso apotegma “Creo que a la china se le arrugaron mucho los ojos y no puede leer muy bien”, dedicado a Keiko Fujimori, fue uno de los momentos estelares de la campaña bufa que Peruanos Por el Kambio llevó adelante en la segunda vuelta. Pero es injusto también pretender ahora que sus recientes aseveraciones sobre la presunta pleitesía que algunos funcionarios del Ministerio de Economía le rendían a Nadine Heredia durante el gobierno pasado son el más grande de los despropósitos en los que esta administración ha incurrido desde su estreno. Necias sin duda fueron. Pero, como diría Kenji, tampoco tampoco. Porque es evidente que en las altas esferas del poder  ppkausa hay quienes cultivan el mismo arte con mucho mayor destreza.

Desayuno y café

En esta pequeña columna, efectivamente, hemos venido insistiendo en la particular vocación por el dislate del mismísimo presidente de la república. Desde su convocatoria a una marcha de protesta al Congreso para extender el plazo de liquidación de Doe Run hasta su sentencia sobre “a quién le importa si hay un poco de contrabando”, y sin olvidar su anuncio del plan de ‘jalarse’ a algunos de los congresistas fujimoristas hambrientos de prebendas, sus performances frente al micro dan para una antología de la astracanada, que sus adláteres han querido camuflar con la denominación amable de ‘expresiones coloquiales’.

Pero ‘coloquial’ no es sinónimo de ‘torpe’; y este último es el calificativo que realmente les corresponde a esas y otras intervenciones suyas de carácter oral. Y también, cómo no, a otras más bien mudas. Como, por ejemplo, la de haber invitado al ex ministro Alonso Segura a tomar desayuno a su casa para planchar el raspón que tuvo con Thorne, a raíz de las declaraciones que mencionamos al principio.

Aunque nadie hablase con la prensa a la salida de esa reunión, aquello fue un gesto público y su sentido es claro. Quiere decir: mi ministro metió la pata y yo he llamado al perjudicado para darle satisfacciones y pedirle que no siga estrujándolo frente a la ciudadanía. De manera que mientras Segura se servía unas tostadas, Thorne recibía un café. Y su imagen quedaba, torpe e innecesariamente, mellada ante el país, pues lo mismo podría haberse logrado de una manera más discreta. 

La mayor ironía de todo esto, sin embargo, es que quien estaba llamándole de modo implícito la atención al nuevo titular de Economía por haberla embarrado verbalmente era el sumo sacerdote de los despropósitos de ese tipo. Porque, como PPK ha demostrado con esa última salida a propósito de que la ministra de Salud “va a consultar al cardenal” antes de distribuir gratuitamente la píldora del día siguiente, el maestro de esta ardua disciplina es él; y Thorne, solamente su aprendiz. Es decir, el ‘pequeño saltamontes’ ávido por acceder a la sabiduría de los aforismos de su viejo preceptor, o el joven ‘padawan’ sintiendo apenas los primeros remezones de la Fuerza, mientras el verdadero Jedi del desbarre descuartiza la sensatez con esa furiosa espada láser que asoma entre sus labios cuando la prensa anda cerca.

Aunque hay que admitir, eso sí, que el ministro se proyecta como un alumno aprovechado. 

Esta columna fue publicada el 27 de agosto del 2016 en la revista Somos.