Los seres humanos somos gregarios. Es decir, tendemos a juntarnos con nuestros semejantes obedeciendo a un dictado ancestral. Nuestros antepasados sabían que sus posibilidades de supervivencia en un mundo plagado de amenazas mejoraban sustancialmente si formaban tribus y, trabajando de manera coordinada, se convertían más bien ellos en la amenaza. Los tiempos de los cazadores nómades que se desplazaban constantemente de un lugar a otro en busca de presas con las que alimentarse se desvanecieron, desde luego, miles de años atrás, pero el impulso de apandillarse con fines varios ha permanecido entre nosotros. La prueba de ello está en que lo vemos manifestarse cotidianamente en el deporte, en la religión y, claro está, en la política.
Tras cada proceso electoral, por ejemplo, se constituyen poco a poco en el Palacio de la Plaza Bolívar bancadas que no siguen exactamente la lógica del voto ciudadano. Parlamentarios que obtuvieron su curul postulando por una determinada lista abandonan de pronto su redil original y se unen a otros legisladores en una nueva cuadrilla congresal, atendiendo a un llamado misterioso... O quizás no tanto.
Algo de eso, de hecho, hemos conocido recientemente a propósito de la bancada del partido Podemos Perú, que encabeza el presunto educador José Luna Gálvez. Como se sabe, lo obtenido en las ánforas le alcanzó a esa organización para conseguir cinco escaños; y sin embargo hoy, tres años después, tiene 14 integrantes. ¿Cuál ha sido el engrudo prodigioso que ha permitido consolidar en un solo macizo parlamentario a representantes elegidos inicialmente en listas tan disímiles como las de Acción Popular, Perú Libre, Avanza País y Alianza para el Progreso? Pues en esta pequeña columna tenemos una teoría.
–La otra liga–
Después de descartar posibles coincidencias ideológicas o compartidas querencias regionales, un factor de hermandad entre la mayoría de los miembros de la bancada en cuestión empieza a llamar la atención. Resulta que de los 14 representantes que la conforman, nueve son actualmente objeto de sendas investigaciones fiscales (en algún caso, por más de una causa) y uno carga sobre sus espaldas una condena a cuatro años de prisión suspendida. Así, por ejemplo, el tronante Darwin Espinoza enfrenta pesquisas por presunto cohecho activo genérico, peculado y concusión, mientras su atenta colega Kira Alcarraz lo hace por presunto cohecho pasivo propio, y el sonriente “Puka” Bellido, por presunta afiliación terrorista. Mención aparte merecen desde luego el ya aludido líder del partido, José Luna Gálvez, con una investigación por presunta organización criminal que pretende archivar, y el flamante presidente de la Comisión de Salud y Población, Luis Picón, sentenciado por el Poder Judicial por negociación incompatible (una circunstancia que, según él, “no puede ser mérito para desmerecer” su designación). Detrás de ellos, por último, asoman otros cinco esforzados miembros de la bancada que están bajo la lupa del Ministerio Público por asuntos tan poco sentadores como un presunto tráfico de influencias o una supuesta obstrucción a la justicia. La pregunta, entonces, es: ¿puede semejante merienda de escudriñados por la fiscalía ser producto del azar? Difícilmente. Nuestra hipótesis es más bien que ha sido ese elemento en común el que, siguiendo un dictado ancestral, los ha congregado en una especie de liga que no es precisamente la de la justicia.
Así las cosas, el nombre del partido –y, por ende, el de la bancada– “Podemos” (la palabra “Perú”, nos parece, actúa en este contexto solo como un vocativo) adquiere repentinamente ribetes amenazadores. ¿Qué es, en efecto, lo que estos congresistas pueden? O, dicho de otra manera, ¿de qué son capaces? Pues uno puede hacerse ideas y, a decir verdad, ninguna de ellas es tranquilizadora.