No hubo que esperar al juicio de la historia. El cambio de Gabinete ocurrido esta semana es la admisión del Gobierno de que fracasó en su lucha contra la epidemia. Admisión tácita, por supuesto, porque los gobernantes (y los políticos en general) son tan proclives a la autocrítica como el hombre lobo a que le hagan la cera. Pero remover al presidente del Consejo de Ministros solo un mes y medio después de que hubiese obtenido el voto de confianza del Congreso para su plan de política general del Ejecutivo, al titular de Salud que se nombró al principio de la emergencia solo 117 días después y mientras el virus todavía campea en el territorio nacional y a la ministra de Trabajo en medio de una tormenta de críticas por la forma necia en que su sector trabó la adaptación de las empresas a la ardua realidad de la cuarentena equivale a reconocer que la estrategia –si acaso puede hablarse de tal cosa– estuvo mal planteada y peor administrada desde el principio.
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