Un no sé qué que queda balbuciendo, por Mario Ghibellini
Un no sé qué que queda balbuciendo, por Mario Ghibellini
Mario Ghibellini

Julio Guzmán es nuevo, de eso no cabe duda. El problema es que la novedad que encarna es tan pero tan reciente, que todavía no tiene nombre. Por eso, cabe suponer, cuando se le pide que la defina, no encuentra los términos exactos para hacerlo y solo alude a ella a través de gestos ambiguos y metáforas vaporosas. Por momentos, parece que el candidato de Todos Por el Perú (TPP) jugara charada con nosotros y nos quisiera indicar con los dedos de una mano de cuántas palabras consta el mensaje que no puede pronunciar, mientras con la otra se coge la garganta para comunicarnos la forma en que este se le atraganta de puro inexpresable. Un poco a la manera de San Juan de la Cruz en ese genial verso de su “Cántico espiritual” en el que busca transmitir lo inefable de la experiencia mística y que, con una mínima modificación, hemos tomado prestado para titular esta pequeña columna.

 

Si de jugar charada se trata, sin embargo, quizás valga la pena hacer un esfuerzo por descifrar lo que Guzmán intenta hacernos saber.

 

Moonwalk morado

 

Lo que hace falta, entonces, es detectar en él un patrón de conducta que, más allá de sus alegorías sobre manos negras y dinosaurios abatidos, revele su flamante y nunca verbalizada naturaleza política. Y en ese sentido, lo primero que viene a la mente es su vocación por el retroceso.

 

La hemos comprobado a propósito de la ley de consulta previa (en menos de 24 horas pasó de decir que no la implementaría a proclamarse partidario de ella), en la desautorización que hizo de Gonzalo Aguirre –fundador y actual postulante al Congreso de su partido- y sus valientes consideraciones sobre la legislación laboral y el sueldo mínimo, así como en su veleidosa posición con respecto al proyecto minero Tía María (sobre el que primero dijo estar convencido de que “puede beneficiar tanto a las comunidades como a la empresa privada”, para luego apocarse ante los gritos de unos vecinos de Islay y declarar entre parpadeos: “Si el pueblo dice que no… ¡no va!”). Y la verdad es que en un contexto en el que la política tradicional está intoxicada de consignas como “¡Adelante!” o “¡Se acabó el recreo!”, y de partidos con nombres proyectivos como Alianza Para el Progreso o Vamos Perú, eso de retroceder es verdaderamente novedoso. Casi revolucionario, en realidad. Y encima, no se puede decir… Lo que nos lleva de regreso a la idea de la charada, bajo cuyas reglas habría que imaginar al portador de la antorcha morada ejecutando el pasito ‘moonwalk’ de Michael Jackson frente a la platea de adivinadores que vendríamos a conformar los votantes.

 

Muecas y temblores

 

La solución del enigma, sin embargo, no puede ser tan sencilla. El compromiso con la marcha atrás puede constituir parte de la novedad que Guzmán trae a la política, pero difícilmente la agote. Estamos seguros, por ejemplo, de que algún mensaje cifrado debe haber también en eso de inscribir mal ante la autoridad electoral prácticamente todas las listas al Congreso de TPP. Una señal de desdén hacia la burocracia legalista convertida en obstáculo de las espontáneas aspiraciones de los ciudadanos, o algo así.

 

En fin, habrá que seguir atentos a sus gestos, a sus muecas, a sus temblores y, mientras los balbuceos se le ahogan en la garganta, al número cambiante de sus dedos extendidos, insinuando que el nombre impronunciable de su advenimiento político tiene a veces tres y a veces cuatro o cinco palabras. Porque lo nuevo es así: cambiante, impredecible y, en última instancia, inefable.