Rábano arrinconado, por Mario Ghibellini
Rábano arrinconado, por Mario Ghibellini
Mario Ghibellini

Expresiones para hacer mofa de los que predican la revolución pero viven entre comodidades burguesas siempre han existido. ‘Radical chic’ en Estados Unidos o ‘izquierda caviar’ en Francia son locuciones que aluden al mismo fenómeno y con idéntico propósito de escarnio. Y aquí en el Perú, a fines de los años 70 y en medio de la lucha política en las universidades, surgió también una fórmula para designar a los ‘niños bien’ afectados por devaneos proletarios. ‘Rábanos Rinconada’, les decían. Y ellos, pillados en la contradicción flagrante, nunca conseguían articular una réplica competente.

RETINTÍN DE POGROM

Los rábanos, como se sabe, son rojos por fuera y blancos por dentro y, en consecuencia, la palabreja era ya en esa época un viejo mote desdeñoso de ese tipo de izquierdismo. Pero al agregarle el condimento ‘Rinconada’ (una referencia a la urbanización exclusiva de la que bien podían provenir muchos de sus exponentes), la expresión conoció nuevas dimensiones peyorativas. Algo en la repetición de la ‘erre’ inicial –‘aliteración’ llaman los manuales de retórica a ese efecto– y en la curiosa distribución acentual del heptasílabo le confería a todo el giro una musicalidad cachosa; y, de hecho, determinó que fuera a parar en una tonada que, por unos años, se coreó como cántico de guerra en ciertos círculos de la Universidad Católica.

Al final, sin embargo, la fórmula que se popularizó en el argot político local fue la francesa –‘izquierda caviar’– y desde hace más de una década es frecuente escucharla lo mismo en boca de apristas que de fujimoristas o pepecistas. Se trata, pues, de una descalificación que la derecha –entendida de una manera gruesa– le dedica a la izquierda… O quizás habría que decir: se trataba. Porque en estos días la locución ha brotado también de pronto en el arsenal que un sector del Frente Amplio se ha puesto a descargar sobre el otro.

En medio de los sopapos que vienen intercambiando los ‘aranistas’ de Tierra y Libertad y los ‘mendocistas’ de Nuevo Perú, efectivamente, el congresista Jorge Castro, preclaro paladín de los primeros, ha trazado una línea entre los ‘provincianos’ y los ‘limeños’ y les ha atribuido a estos últimos la condición de ‘caviarcitos’ e ‘hijos de papacito’. Un verdadero arrinconamiento de Pedro Francke, Marisa Glave, Manuel Damert y otros representantes del mendocismo en razón de su origen y un estreno absoluto de lo que podríamos llamar la discriminación social de izquierda al interior del convulsionado frente político.

Aunque, en realidad, el retintín de pogrom ya había asomado antes en una declaración de Marco Arana, pues en una entrevista de noviembre en la que le preguntaron si acaso los que habían renunciado a Tierra y Libertad para formar Nuevo Perú conformaban “una izquierda más pituca”, él respondió: “Las mismas distancias que separan Lima de provincias […] se reproducen también dentro de nosotros”. O sea, los arrochó de taquito.

La pregunta medular que todo esto plantea, no obstante, es si resulta justo desestimar la autenticidad del talante revolucionario de los ‘mendocistas’ porque en casa de sus abuelos hubo piscina o Betamax. Y como siempre, solo el tiempo se encargará de proporcionarnos la respuesta. Pero mientras tanto, corre el rumor de que a Castro y a Arana los han visto ensayando una antigua tonada universitaria.

Esta columna fue publicada el 14 de enero del 2016 en la revista Somos.