Mario Ghibellini

Allá en el rancho chico, a se le ha armado la pampa. Y decimos chico porque los predios políticos del líder de nunca fueron vastos. En las elecciones presidenciales del 2021, salió tercero con el 11,75% de los votos válidos, y en las municipales del 2022 obtuvo en la capital un triunfo meritorio, pero no arrollador. En un contexto en el que respaldar su candidatura era la manera más eficaz de expresarle a Pedro Castillo el rechazo que inspiraba su gobierno, alcanzó en Lima –la plaza más hostil al golpista de Chota– el 26,34% de los sufragios: apenas un punto porcentual más que el impracticable Daniel Urresti.

De cualquier forma, el desbarrancamiento de Keiko tras su tercera derrota al hilo y la pérdida de inscripción del PPC, lo colocaron en una posición expectante en el ámbito de la derecha conservadora local. Terraplanistas y ascetas mazamorreros identificaron en él la última esperanza sacra; los liberales, no tanto...

La bancada que su partido llevó al Congreso, sin embargo, comenzó a mostrar signos de desbande desde el principio. A la temprana deserción de Héctor Valer siguieron otras, ya no tan beneficiosas, y por un momento el futuro de la organización política pareció tambalearse. Poco a poco, no obstante, el peligro fue conjurado. El compacto grupo compuesto por los parlamentarios que permanecieron fieles a la causa exhibió disciplina en las votaciones del pleno y, tras su victoria limeña, Porky dio la impresión de haber conquistado la edad de la razón al declarar que no abandonaría su responsabilidad como alcalde para tentar una vez más la presidencia en el 2026 y que propugnaría, más bien, un entendimiento de Renovación Popular con fuerzas afines. La pregunta que muchos se hacían, claro, era cuánto podía durarle ese estado de beatitud. Y la respuesta no se hizo esperar demasiado.


–El motín de los almirantes–

Los primeros síntomas de que la batalla contra los diablos púrpuras, verdosos y azules continuaba en su interior los dio esa costumbre suya de responder a los críticos de su gestión como la poseída de “El exorcista” a los padres Merrin y Karras cuando le echaban agua bendita. Luego, los bandazos en la reubicación de los ambulantes y las demandas de privilegios absurdos, como el de poder desplazarse por la vía del Metropolitano para “cumplir adecuadamente” con su agenda municipal. Y, finalmente, el anuncio de que, después de todo, sí podría presentarse a las próximas elecciones presidenciales. En los últimos días, sin embargo, la cosa se ha desbordado. Mientras, por un lado, ha propuesto establecer en el Centro Histórico un servicio de calesas tiradas por caballos para reducir la congestión vehicular (algo así como instalar catapultas para reforzar la lucha contra el crimen en el Cercado); por el otro, ha producido un éxodo en la bancada de su partido al intentar imponer a sus miembros un nuevo reglamento interno con el que no todos se sintieron satisfechos. Encabezado por los almirantes José Cueto y Jorge Montoya, un pequeño grupo de ellos se ha amotinado y, haciendo saber que no son “sirvientes ni empleados de nadie”, ha puesto tienda aparte, bautizándola “Honor y Democracia”, en sutil insinuación de que eso es lo que echaban de menos en la bancada anterior. En buena cuenta, lo que le está tocando enfrentar estos días a Porky es una rebelión, no digamos en la granja, pero sí en la granjita. Sabemos, sin embargo, que eso a él no lo preocupa, pues en el fondo sigue contando con el respaldo del Pato Lucas y el Gato Silvestre. Y en cualquier momento, quién sabe, se suma a ellos el Gallo Claudio.




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Mario Ghibellini es Periodista