El talento de los cabecillas de este gobierno para generarse problemas es asombroso. En una semana en la que la vituperación ciudadana de nuestra clase política tendría que haber fluido naturalmente hacia el expresidente que cantaba “Yo quiero que partan la torta”, la señora Boluarte y sus mozos de estoques se las arreglaron para atraerla hacia sí.
La principal responsabilidad de lo ocurrido recae sin duda sobre la propia gobernante, que creyó haber sido tocada por el ingenio al introducir el tópico de la pena de muerte en su cháchara habitual, y acarreó con ello las desgracias posteriores. Agobiada por los últimos destapes acerca de sus travesías en el ‘cofre’ presidencial y su paso por el quirófano, la mandataria, en efecto, ensayó una maniobra distractiva y se fue, digamos, de narices. Sus sutiles consejeros olvidaron advertirle que ese hueso ya se lo había lanzado a la opinión pública una legión de políticos y candidatos a cualquier cosa antes que ella, sin conseguir siquiera un parpadeo de la gente. No es que la idea de castigar a los violadores de menores y otro tipo de criminales con la referida pena no cuente con partidarios entre la población, sino que hasta ellos son conscientes de los problemas que existen para materializarla. Se puede ciertamente discutir el tema, pero tratar de hacernos creer que una medida cuya puesta en vigor tardaría por los menos dos años es la solución para las urgencias de la hora actual es torpe, descaminado y necio. La voluntad de fuego artificial que escondía el planteamiento de la jefe del Estado se hizo evidente para todo hijo de vecino. Y fue allí donde los más untuosos de sus ministros empezaron a batirse en un vano duelo de contorsiones retóricas presuntamente destinadas a emendar la metida de pata.
–Facundia perniciosa–
Desfilaron meritoriamente en el esfuerzo el ministro del Interior, el de Justicia y hasta el de Economía. Pero estaba claro que, si de gastar palabras incendiarias en obsequio de la jefecita se trataba, nadie iba a ganarle al titular de Educación. Así, apenas vio un micro que se le acercaba y escuchó un rumor confuso en boca de una reportera que avanzaba a su lado, Morgan Quero proclamó: “Los derechos humanos son para personas, no para las ratas”. Pensaba él que con esa frase acababa de lapidar a los criminales que habían motivado la propuesta presidencial, pero quiso el hado cruel que el comentario que la coleguita había deslizado a manera de pregunta estuviera relacionado con los deudos de los muertos en las protestas del 2022 y el 2023, con lo que la sentencia del ministro fue a impactar sobre ellos sin atenuantes. La misma afición a la facundia que lo había llevado meses atrás a enredarse en desafortunadas disquisiciones antropológicas sobre las niñas awajún víctimas de violencia sexual, lo había empujado esta vez a insultar a las viudas y huérfanos de las personas que habían perdido la vida en medio de la turbulencia política que siguió a la llegada de la señora Boluarte al poder. Una cierta ironía asoma en eso de ser ministro de Educación y no aprender...
El escándalo, desde luego, no se hizo esperar. De hecho, ya hay en curso en el Congreso una moción de interpelación que seguramente derivará en otra de censura. Pero la verdad es que esta recién se tramitará en marzo y las probabilidades de que prospere son escasas. Por el momento, nada parece que vaya a suceder a nivel del Ejecutivo. El silencio que ha guardado la mandataria con respecto a este episodio sugiere que, tácitamente, el ministro Quero ha sido ratificado. Y eso quiere decir que se queda como está.