Mario Ghibellini

Caretas vemos, pero corazones sí sabemos. La tormenta desatada en torno a la muñeca y el bolsillo de la presidente atravesó esta semana por un trance teatral de deficiente factura. Como literales actores políticos, la mandataria y el representaron para nosotros papeles notoriamente tocados de dramatismo y hasta asomó en el escenario un personaje mudo: el gobernador regional de Ayacucho, Wilfredo Oscorima, afamado “facilitador” de relojes de alta gama, que durante su visita a la sede del Ministerio Público apretó los labios con denuedo. Todo dio la impresión de ser, efectivamente, un juego de roles; o, para ser más precisos, de Rolex.

Desde que aparecieron los primeros cuestionamientos sobre los artículos de lujo que había estado luciendo en ceremonias oficiales, la jefe del Estado procuró, como se sabe, encarnar a la típica dama en apuros de las comedias populares. Sus pérfidos enemigos, sugirió, pretendían desconocer que sus posesiones podían ser fruto de su esfuerzo y, ¡cuidado!, que quizás los sectores de la prensa que se preocupaban por los vistosos objetos con los que ella se aderezaba en esas ocasiones estuvieran entregados a un ejercicio discriminatorio y sexista. El mejor momento de su interpretación, sin embargo, vendría más tarde.


–Representación nacional–

En el entretanto, no obstante, intervino el Congreso. Auténtico coro montado sobre el proscenio, la variada ‘troupe’ que componen los actuales parlamentarios dejó en claro por qué se la conoce también con el nombre de “representación nacional”. Y lo que ellos representaron en esta oportunidad fue el papel de severos fiscalizadores de la conductora del Poder Ejecutivo. Como en toda pieza clásica, por cierto, la turba legisladora se dividió rápidamente en dos semicoros: el integrado por aquellos que simulaban estar alarmados por las señas de presunto enriquecimiento ilícito que emitía la gobernante pero advertían que no podrían en riesgo la institucionalidad democrática, y el de aquellos que simulaban estar dispuestos a ir hasta las últimas consecuencias en su afán sancionador. De acuerdo con las leyes del género dramático, sin embargo, unos y otros simulaban.

El primer semicoro, más numeroso, lanzó punzantes comentarios sobre las joyas de la coronada durante la presentación del premier en el pleno, pero al final le dio la confianza con 70 votos. Mientras que el segundo, conformado por menos de 40 danzantes, no solo votó en contra de ello, sino que al día siguiente hizo la finta de querer sacar adelante una moción de vacancia presidencial por incapacidad moral permanente. En ambos casos, desde luego, los presuntos radicales sabían desde el principio que perderían en el pulseo de los votos y que, en consecuencia, sus curules no estaban en peligro. De no haber sido así, pierdan cuidado, se habrían sacado el maquillaje y se habrían abrazado con sus colegas “institucionalistas” en un voto unánime a favor del Gabinete, la permanencia en el poder de la señora Boluarte y la organización de un festival de fuegos artificiales para celebrar su grandeza.

El número final, no obstante, corrió nuevamente por cuenta de la presidente, quien, tras visitar la sede del Ministerio Público, apareció en nuestras pantallas a contarnos que el Rolex que semanas antes había descrito como un “artículo de antaño” y “fruto de su esfuerzo”, se lo había prestado –junto con otros relojes similares– hace poco nomás el mudito Oscorima (cuyo abogado había negado la tarde anterior que tal cosa hubiese ocurrido). En verdad, solo le faltó gritar: “¡Soy inocente!”, pero alguien al parecer le hizo notar que estábamos a 5 de abril, y prefirió alejarse de las candilejas con una leve inclinación de cabeza. Los aplausos, por supuesto, hasta ahora los está esperando.

Mario Ghibellini es Periodista

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