"Menudos socios los que Mendoza se ha conseguido en su afán de procurarse una inscripción electoral para participar en las elecciones de enero". (Ilustración: Mónica González)
"Menudos socios los que Mendoza se ha conseguido en su afán de procurarse una inscripción electoral para participar en las elecciones de enero". (Ilustración: Mónica González)
Mario Ghibellini

nunca fue el semillero de la izquierda moderna que algunos solían fantasear. No, sobre todo, si por “moderna” entendemos alejada de la fascinación por las tiranías estalinistas y mínimamente enterada de cómo funciona la economía.

Cuando la prensa abordaba, por ejemplo, el asunto del régimen chavista en Venezuela con alguno de sus líderes, este se enredaba invariablemente en un intrincado alcatraz en el que el fuego a evitar era la precisión de si se trataba de una dictadura. Pero si el periodista era lo suficientemente pertinaz, llegaba a obtener respuestas como “no es una dictadura porque no hubo golpe de Estado”, o “en Venezuela se han dado procesos electorales democráticos avalados por entidades internacionales”: dos divertidas incursiones de en los estados alterados de conciencia.

Sus recetas económicas, por otra parte, destilaban un ‘progresismo’ tributario de los mejores momentos de Enver Hoxha en su esfuerzo por llevarle prosperidad al pueblo albanés, allá por los años 50.

En lo tocante al problemilla de las financiaciones ocultas a las organizaciones políticas, finalmente, la ya mencionada señora Mendoza arrastraba un intríngulis que prometía –y promete– volver a incordiarla cada vez que postule a un cargo. Nos referimos, claro, a las famosas anotaciones que figuran en una de las agendas de Nadine Heredia (a quien Mendoza asistía muy de cerca durante la primera campaña presidencial del humalismo) y que fueron trazadas con una letra que a los especialistas grafoténicos se les antoja muy parecida a la suya. Como se recuerda, a propósito de la posibilidad de que esas anotaciones hubiesen brotado de su puño, ella pasó en pocos meses de proclamar “lo rechazo categóricamente” a musitar “no lo niego categóricamente”. Una categórica reculada que invita a la imaginación.

—El jardín de las franquicias—

De cualquier forma, no obstante, a fuerza de blandir dedos acusadores y recitar aquello de “todos, todas y todxs”, ella y su agrupación se habían labrado una imagen de luchadores indómitos contra la corrupción y por los derechos de los marginados… Una imagen que ahora, a raíz de su alianza con los partidos de Vladimir Cerrón y Yehude Simon, ha quedado, digamos, fácticamente disuelta.

Insistir en las intervenciones que han hecho de Cerrón un epígono criollo de Goebbels y el candidato idóneo para encarnar a Machín en cualquier ‘remake’ de “Patacláun” sería ocioso. Los diarios las han evocado con profusión en los últimos días.

No se ha mencionado tanto, en cambio, la circunstancia de que ha sido condenado por el Poder Judicial a cuatro años de cárcel por los delitos de negociación incompatible y aprovechamiento del cargo durante su primera gestión al frente del Gobierno Regional de Junín (2011-2014).

Yehude Simon, en tanto, ha sido señalado por Jorge Barata, exrepresentante de Odebrecht en el Perú, como el receptor de un aporte de campaña de parte de la corrupta constructora brasileña. Una aseveración que tendrá que ser corroborada, pero que por el momento lo envuelve en la misma penumbra vaga que se cierne en torno a Ollanta Humala y Keiko Fujimori.

Menudos socios los que Mendoza se ha conseguido en su afán de procurarse una inscripción electoral para participar en las de enero.

Desde Nuevo Perú han pretendido camuflar la meridiana contradicción que esta alianza supone con el argumento de que el acuerdo es entre organizaciones políticas y no entre personas, y que Cerrón y Simon han pedido licencia en sus respectivos partidos: un artificio que no resiste análisis, porque en ambos casos estamos hablando de los líderes y fundadores de esas organizaciones. Es decir de personajes que tienen tantas posibilidades de ser removidos del rol central en Perú Libre o Juntos por el Perú como Keiko Fujimori en Fuerza Popular.

Las tempranas renuncias a Nuevo Perú de los excongresistas Horacio Zeballos y Richard Arce, y las tardías de Indira Huilca y Marisa Glave, ponen en evidencia que esa paparruchada no se la compran ni siquiera los de la casa.

Pero, además, si recordamos lo que Verónika Mendoza decía en mayo de este año sobre los partidos cuyos candidatos habían recibido ‘aportes’ bajo la mesa de las constructoras brasileñas, la incoherencia del pacto se desborda. “Hoy no tenemos partidos, sino franquicias electorales financiadas por el aporte de grandes empresas como Odebrecht”, dictaminaba ella entonces. ¿Suena conocido? ¿No es Juntos por el Perú (el partido que, con otro nombre, postuló a Yehude Simon en la ocasión en la que Barata afirma haber financiado su campaña) un aparente brote de ese jardín de las franquicias?


—Lentejas unidas…—

De acuerdo con su propia definición de las cosas, pues, la lideresa de Nuevo Perú ha decidido aliarse con algo así como Los Chicos Malos de los viejos cómics de Disney y, con aparente despreocupación, posa con ellos para la foto, convencida quizás de que este es solo un inconveniente pasajero. Para las elecciones del 2021, aseguran los prosélitos que le quedan, ya tendrán su propia inscripción y esta coalición será solo un mal recuerdo. Pero se equivocan.

La foto, en realidad, tiene algo de selfie o autorretrato. No solo por aquello de “dime con quién pactas y te diré quién eres”, sino porque muestra a una agrupación y a una lideresa que, en la disyuntiva entre traicionar los principios que alguna vez declararon y quedarse sin chance de darle una pellizcadita al poder en las próximas elecciones, han optado claramente por lo primero.

Ocurre que en este asunto de las alianzas sucede lo mismo que con las lentejas: si quieres las tomas y si no, las dejas. Y, a juzgar por lo visto hasta ahora, la entente aquí comentada no solo las ha tomado, sino que parece dispuesta a hacer con ellas un pegajoso eslogan de campaña.