Existe por estos días la difundida impresión de que, con el asunto de la vacunación furtiva, Vizcarra por fin ha empezado a despintarse. En esta pequeña columna, sin embargo, no compartimos esa opinión. Nos parece a nosotros que el expresidente luce hoy igual de teñido que antes, si no más. Valdría la pena explorar, incluso, si los brotes de eléctrico azabache que coronan su testa no serán un efecto secundario del producto experimental que le inocularon meses atrás, porque la acción del látex que siempre parece haber tenido a la mano se ha hecho más clamorosa desde que dejó Palacio y se convirtió en candidato.
No es, por cierto, el único participante en el actual proceso electoral que ha sucumbido a la tentación del brochazo. Entre los aspirantes presidenciales que darían la impresión de haber coqueteado también con la anilina se cuentan, por ejemplo, Yonhy Lescano y Daniel Urresti (aunque a este último, se diría, no le alcanzó para la segunda mano). Y entre los postulantes al Congreso, los tiznados son simplemente legión.
–Monstruo de las lagunas–
Apresurémonos a aclarar, antes de continuar con este análisis, que la búsqueda de la eterna juventud que la actitud de todos ellos sugiere no es de por sí deleznable. En otra ocasión, hemos recordado ya que al conquistador español Juan Ponce de León se lo distingue en el mundo de las leyendas por haberse embarcado en una expedición temeraria para encontrar una fuente cuyas aguas concedían ese privilegio. Y bien sabido es también que, de Paracelso a Cagliostro, los viejos maestros de la alquimia se obsesionaron con el sueño de destilar un elixir que les devolviera la lozanía de sus años mozos. Pero, vamos, una cosa es un elixir y otra, un tinte.
En el tinte, en efecto, hay algo de engaño. Quien se embetuna las crines no vuelve a ser un joven: quiere hacerse pasar por uno. Hay en ello algo de vanidad, por supuesto. Pero en el caso de los políticos, hay algo más. Sobre todo, cuando son candidatos a un cargo de elección popular.
Ocurre que determinadas virtudes asociadas a la juventud –energía para trabajar, claridad mental a salvo de chocheras y olvidos, actitud positiva frente a la necesidad de cambios– resultan particularmente estimables para los ciudadanos a la hora de definir su voto. Y en consecuencia, para aquellos que tientan el poder en el otoño de sus vidas fingir que están en primavera se presenta como un buen negocio. No solo consiguen ocultar que ellos mismos están en la tercera edad, sino que a cualquier competidor de la cuarta lo hacen lucir como un monstruo de las lagunas evadido del asilo (ojo, señores de Avanza País, que aquí podría existir un complot contra ustedes).
Es irónico, dicho sea de paso, que, mientras pintan contentos para simularse pulpines, los candidatos estén desechando sumariamente los atributos que las canas evocan: reflexividad, experiencia y, eventualmente, distinción… Tan insólitos en los inquilinos de la casa de Pizarro de las últimas décadas como la honestidad.
Volviendo al engaño, sin embargo, justo es reconocer que su práctica entraña riesgos. Y uno de los mayores es el de la dosificación. ¿Conviene mentir apenitas y en lo estrictamente indispensable para estrechar el margen de lo susceptible de ser desmentido, o es más bien recomendable olvidarse del dispensador y embarcarse en una orgía de embelecos que le haga cuestionarse al timado de ocasión su mismísima noción de realidad? Pues seguramente una mayoría de los embaucadores se inclinará por lo primero, pero ese no es el caso del personaje que nos ocupa: en repetidas oportunidades, el expresidente Vizcarra ha demostrado que, cuando se trata de fabular una coartada que lo libre de un aprieto político o legal, él no se anda con remilgos. Keiko, Camayo y Richard Swing son las pruebas vivas del morro que el exmandatario es capaz de gastarse cuando siente que hace falta negar lo evidente. Pero hay mucho más. Como, por ejemplo, la historia de la avioneta alquilada por Obrainsa “por responsabilidad social” para trasladar a Moquegua a ciertas autoridades bolivianas con las que él necesitaba reunirse cuando era gobernador de esa región, o la de las vacunas que estaba a punto de comprar cuando lo vacaron.
–El extraño de pelo negro–
No es distinto, pues, lo que ha sucedido ahora a propósito de las pruebas de Sinopharm en las que se coló cuando era presidente. Para tratar de zafarse de las consecuencias de lo que a todas luces fue un aprovechamiento de la posición de privilegio que ocupaba (y que por eso mismo intentó mantener en secreto), Vizcarra ha montado un tango que hace agua por todos lados: su decisión fue “valiente” por arriesgada pero hizo participar a su esposa de ella, consultó sobre los peligros de ir adelante con la prueba con el premier (un general del Ejército) y no con la ministra de Salud (una doctora empapada en la materia), y demás pastruladas que no resisten el menor análisis… Pero que él proclama con voz estentórea. Porque, verdades sean dichas, a la hora de tratar de vendernos un embuste, el extraño de pelo negro que postula con el número 1 en la lista por Lima de Somos Perú al Congreso acomete la tarea sin medias tintas. O si se quiere, sin medios tintes, que para el caso es lo mismo.