Fui a ver “Viejos amigos” y me soplé una tanda de 6 trailers. 4 eran de películas peruanas. Fui a ver “Perro guardián” y pasó lo mismo. Tres gringas y tres autóctonas y dos de ellas, “El elefante desaparecido” de Javier Fuentes y "Magallanes" de Salvador del Solar se anunciaban como lo más parecido a blockbusters nacionales: el primer actor mexicano Damián Alcázar, la bomba colombiana Angie Cepeda, mi ídolo argentino Federico Luppi, la princesa inca Magaly Solier y nuestro muñeco de exportación Christian Meier se agitaban sobre fondos locales.
¿Qué está pasando? Que estamos superando el récord de 11 películas peruanas establecido en 1938, cuando el cine no competía con la tele, ni el Internet, ni el DVD, ni la piratería. En el 2013 fueron 13 y este año se calcula que serán más. O sea, ¿el cine peruano está pronto a cumplir su sueño de identidad justo cuando empieza la retirada histórica del público (para ver las películas en casa, claro está, pues el cine no morirá nunca)?
La ironía podría ser dramáticamente cierta, pero se estima que todavía quedan temporadas de disfrute de cine en gran formato y quedan, en regiones y distritos limeños, huecos sin multicines. Falta también, desarrollar la alternativa intermedia de salitas de lujo y confort, programadas a la medida del público segmentado. Como para que vayas con tu grupo de patas a ver la película que tú mismo escojas o lleves en la mano, a disfrutarla en un ambiente hipertecnologizado. Algo a medio camino entre llevar el cine a tu entorno íntimo y llevar tu entorno íntimo al cine.
Futurismo aparte, el presente del cine peruano es vital, diverso en géneros y filones, angustiado por la falta de mercados y atravesado por este dilema: hacer concesivos taquillazos locales o durísimas películas festivaleras. ¿”Asu mare” o “La teta asustada”, “A los 40” o “El evangelio de la carne”? Hay que bancárselas a todas, pues en la diversidad y en la cantidad se hace industria y se siembra la semilla de lo único y cualitativo.
Pero tal cantidad satura este pequeño mercado. No hay público para 20 películas peruanas pues no hay chispa para 20 ‘asu mares’, ni 20 festivales categoría Berlín para premiar 20 ‘tetas’, ni talento para 20 evangelios, ni mucho menos 20 millones de espectadores para satisfacer los sueños de 20 películas como “El mudo”, “El limpiador” o “Perro Guardián”. Para hablar de la última, ‘El perro’ me ladró, me gustó y me asustó. Tiene ese extracto de violencias digno del ‘evangelio’, solo que en lugar de fútbol y Cristo Morado, aquí hay paramilitares y cultos evangélicos. No va para taquillazo, pero sí para festivales. “Viejos amigos” es lo contrario y la disfruté a pesar de la impericia del debutante Fernando Villarán para sacar partido de su buen argumento de comedia a la italiana.
¿Qué hacer con tanto cine? Algunas películas ni se estrenarán o lo harán a duras penas; pasarán desapercibidas como tanta novela, poemario, obra plástica o canción sin suerte. Pero, a diferencia de esas artes más asequibles, duele en el alma, cuando una película fracasa, ver tanto esfuerzo de equipo, tanta capital recogido aquí y allá, tanto disímil talento por una sola vez reunido y tirado al agua.
Por eso, necesitamos dar curso a tanto nuevo cine. No estoy por la cuota de pantalla, porque busca, ingenuamente, dictar el gusto del público. Y porque, además, la cantidad de estrenos permitirá a los cineastas locales negociar en mejores condiciones con las salas. Estoy por replantear la ley de cine (los cineastas están trabajando en eso) para aumentar premios y compartir incentivos con todos los estamentos de la industria, incluidos exhibidores y distribuidores.
Estoy por incentivar a los cineastas a que entren a la tele. Es el mercado más vasto y pide ficciones a gritos. “Al fondo hay sitio” se la está llevando fácil. ¿Por qué tenemos que soplarnos documentales patrioteros sobre el nacimiento del Amazonas y Miguel Grau –sorry Mávila- en lugar de ver más series y programas dirigidos por Eduardo Mendoza, Bacha Caravedo o los hermanos Vega?
Estamos listos para ver más pelas nacionales, sin ojos proteccionistas, sin ascos alienados, sin miedo ni roche. Y estamos ansiosos, canchita en mano, para celebrar la mayor de las ironías: que a este paso el cine de Hollywood podría pedir una cuota de pantalla para sus blockbusters de cientos de millones de dólares.