Fue hace tres temporadas cuando Ana Jara dijo, en “Abre los ojos”, todo lo que no debía decir una ministra nacionalista en la TV. Que era una novata, que era súper religiosa, que su confesión era una convicción, que Nadine era lo máximo. Yo no sabía si felicitar a Beto por cuchareador o envidiarlo por toparse con una ollita desfondada. Un nuevo símbolo humalista se me quedó en la retina.
Las feministas del Ministerio de la Mujer prepararon sus cartas de despedida y el fuego de la pira, a ver qué pasaba primero, si ellas renunciaban o Jara ardía. Pero Anita, como le dicen sus patas, sabía más que un niño de primaria y que una caviar licenciada. Inmediatamente, escapó al fuego. Alejó los temas polémicos de sí y se acercó a sus enemigos. Explicó que una cosa era su fe evangélica y otra cosa las políticas públicas, disquisición democrática impensable en sus más ásperos correligionarios.
Y, así, una temporada después, estábamos tan acostumbrados a ella y a sus dribleos, a su candor políticamente correcto (¿nueva y legítima forma de cálculo de poder?), y hasta a su desenfadado porrismo por Nadine; que muchos coincidimos en que era la mejor operadora política del humalismo. Y antes de que Humala la jalara para el premierato ya la habíamos voceado con la misma unanimidad con la que habíamos descartado a Daniel Abugattás.
En realidad, era una adelantada y la primera alumna en la facultad de comunicación más grande del país, la tele. Mientras tanto, aprendía a monitorear no solo los segmentos políticos de mañana y noche, sino los programas de espectáculos y los magazines rojos donde se cocinan las grandes historias nacionales. Y se metía en ellas con voz firme y prudencia de gestos. La estéril bronca con la oposición se la dejaba a los abugatasses y caterianos. Ella era la concertación y el relato para exorcizar nuestras pulsiones feminicidas, sin arquear las cejas de la Iglesia. Era asertiva en todo lo que podía y ambigua en todo lo que le convenía.
Que es más mosca que sus correligionarios lo demostró el día en que se conjuró la repartija al TC y a la Defensoría del Pueblo. Llegó al Congreso y dijo que, aunque su bancada había acordado el reparto, votaba por él de mala gana. En realidad, se estaba anticipando a la reacción que tuvo Humala al día siguiente, cuando se unió a la protesta cívica y pidió al Congreso dar marcha atrás. De esa forma, Ana y su líder anotaron y decretaron la muerte política de su correligionario Víctor Isla, presidente del Congreso. Ella ya tenía buen tiempo nadando cómodamente por la hoja de ruta cuando la mitad del país y de su partido aún se atracaban en la gran transformación.
Ahora tendrá mayores ocasiones –por lo menos una diaria- de poner en práctica todo lo que ha aprendido. Ya tuvo que esquivar puyas contra su nadinismo, un par de lanzamientos inamistosos de su propia candidatura al 2016 (veneno para cualquiera que sí tenga madera de candidata, como ella), y una broma de Urresti a ese mismo respecto (ella calló pero estoy seguro que se lo imaginó detenido y esposado por acoso callejero). Y ha dado una lección de pluralidad jalándose como jefa de su gabinete de asesores a Marcela Huaita, una feminista que fue viceministra suya en el Ministerio de la Mujer. Y esta lista, no lo duden, para recibir con la otra mejilla –la del lunarcito- todas las puyas, memes y diatribas a los empoderados.