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Ayacucho es la cuarta región con mayor índice de desnutrición - 4
Lourdes Fernández Calvo

Joel se ha caído, pero no llora. Sus manos pequeñas, ásperas y con grietas se han enterrado en el suelo. Se levanta y corre como si no estuviera a 3.600 m.s.n.m. y a solo 6 grados de temperatura. A sus 3 años sabe que el agua no llega por un caño, sino que la debe buscar en un puquial que está a 40 minutos de su casa, y entiende que comer carne es solo un privilegio. Su mamá, Raquel, de 33 años, reconoce que Joel está desnutrido y que solo con la sopa de mote o las papas sancochadas que le da todos los días no lo va a curar.

En la comunidad Inmaculada de Huallhua, en el distrito de Saurama (), más de la mitad de los niños son como Joel y las mamás como Raquel. Ellos se enferman y ellas lo saben, pero sienten que no hay mucho que puedan hacer. “Tengo que trabajar todo el día en el campo y tengo que alimentarlo con lo que tengo”, dice Raquel.

Ayacucho es la cuarta región con mayor porcentaje de (26,3%), según la Encuesta Demográfica y de Salud Familiar 2015. Peor aun, la sierra rural es la zona con mayor índice de desnutrición en el país (32,8%).

Que los niños menores de 5 años estén desnutridos (no presentan la talla ni el peso estimados para sus edades) no es solo un problema de alimentación. Según un informe elaborado por el Instituto de Estudios Peruanos (IEP) y el Centro de Culturas Indígenas del Perú Chirapaq, en Inmaculada de Huallhua y la comunidad San Juan de Chito, en la provincia de Vilcashuamán, además de la pobreza, las familias que viven en las alturas tienen que lidiar con fenómenos climáticos como las heladas, que además de causar enfermedades destruyen los cultivos y afectan al ganado; también padecen el nulo acceso al agua y saneamiento, y la limitada calidad en la atención de los servicios de salud.

“Desde el Estado solo les piden que consuman sangrecita, pero no saben lo difícil que es conseguirla. No están viendo el contexto”, dice Tamia Portugal, antropóloga del IEP.

El informe revela que hay desconfianza de las madres hacia los centros de salud debido a que el personal médico no las entiende: solo el 30% del personal médico de Ayacucho habla quechua.

Ellas además rechazan el consumo de los suplementos alimenticios, conocidos como chispitas, que son entregados para evitar la anemia y la desnutrición, porque creen que son dañinos.

“Hay un diálogo de sordos”, dice el subdirector de la Dirección Regional de Salud de Ayacucho, Walter Bedriñana. Él reconoce que las políticas de salud no están funcionando en la zona rural, a pesar de que desde este año se entregan gotas con micronutrientes (hierro) para combatir la anemia.

—Cultivando en casa—
Mike tiene 6 años, ha llegado del colegio corriendo y en minutos ha devorado el cuy frito que estaba sobre la mesa. Marcelina, su mamá, también ha cocinado arroz chaufa de quinua, huevos sancochados y queso. Ella es parte de una de las 66 familias de la comunidad de Chito que participan en el proyecto de alimentación balanceada que realiza Chirapaq en 66 localidades de Vilcashuamán desde hace más de 15 años.

Las familias han aprendido a cultivar otras variedades de semillas que son resistentes al cambio climático y que no conseguían en la zona. Los alimentos nativos que han llegado a obtener son maíces de diferentes colores, calabazas y hasta cien variedades de papa. Lucas Tenorio, también poblador de Chito y líder del proyecto, muestra su biohuerto y sus gallinas como un logro que hace 15 años sonaba inalcanzable. “Con los terroristas matándonos, y luego los militares torturándonos, los cultivos fueron descuidados y muchas semillas dejaron de crecer. Ahora míranos”, dice mientras sonríe.

Todos los días, a las cuatro de la mañana, Mike se levanta a hacer sus tareas y a jugar con sus conejos, mientras que Joel coge su galón de plástico amarillo y sale junto a su mamá en busca de agua. Los dos dicen que quieren ser futbolistas.

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