Las campanas de la iglesia de Chuschi no dejaron de sonar toda la larga noche del 17 de mayo de 1980. Minutos antes, una columna de Sendero Luminoso había perpetrado el primer atentado de su larga trayectoria criminal, robando las ánforas de votación que serían utilizadas al día siguiente en las elecciones. Las robaron y las quemaron. La era del terrorismo senderista se inauguró entre cenizas, llantos y estruendos de bronce.
La historia oficial cuenta que Florencio Conde, encargado del material electoral, dormía en un pequeño almacén municipal cuando llegó un grupo de desconocidos. Tumbaron la puerta, encañonaron a Conde y se llevaron todo para quemarlo en unos pastizales cercanos. Es la historia que se contó mil veces, la que narraron los periódicos, incluso la que registró la Comisión de la Verdad. Pero no es la historia real.
Hace cinco años, en mayo del 2010, El Comercio visitó Chuschi y conversó con Julio César y Bernardo Conde, hijos de Florencio. Julio César había recién publicado un libro, “El lunar rojo del mundo”, en el que por primera vez contaba los hechos tal como ocurrieron.
La noche del 17 de mayo de 1980, un amigo de Florencio lo convenció para tomar unas cervezas y este, ya borracho, pidió a sus hijos que cuidaran las ánforas (se presume que ese amigo era un simpatizante senderista). Y fue a ellos, de 10 y 12 años, a quienes amenazaron y robaron el material. ¿Por qué ocultaron durante tres décadas esta historia? Por seguridad, pero también por temor. Por vergüenza, pero también por temor.
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