Ayacucho. En esta historia, el hallazgo de un polluelo camuflado en la vegetación de un bofedal es un gran logro académico. A 4.300 metros sobre el nivel del mar, este humedal altoandino ubicado en la provincia ayacuchana de Huamanga que sirve de nido para el chorlito cordillerano (ave típica de los Andes) es, además, una prueba de que, con ayuda, la naturaleza es capaz de recuperar terreno frente al impacto de la modernidad.
En esta zona, al igual que a lo largo de 408 kilómetros entre Ayacucho, Huancavelica, Ica y Lima, se abrió en el 2008 un tajo en forma de carretera con 25 metros de ancho para instalar tuberías de gas natural. El nuevo proyecto de gasoducto provocó que entre la localidad de Chiquintirca y Pampa Melchorita se retiraran pastizales, humedales, árboles en bosques secos y cultivos, entre otros. Marcó un cambio en la interacción de la fauna en sus ecosistemas.
Junto al cierre de la franja del derecho de vía en el 2010, se inició el Programa de Monitoreo y Evaluación de la Biodiversidad (BMAP, por sus siglas en inglés). El retorno de las aves y otros animales como lagartijas y roedores a las zonas impactadas, debido a la recuperación progresiva de sus hábitats, es considerado por los científicos –quienes han pasado los últimos años estudiando estos ecosistemas– un logro incalculable.
“La idea del programa es medir el pulso de la salud del ecosistema antes, durante y después de la implementación de proyectos. La idea es que esta información se emplee en la toma de decisiones de la empresa que mitiguen el impacto en la biodiversidad”, explica Reynaldo Linares, director del BMAP e investigador del Instituto Smithsonian.
MIRADA PROPIA
Celedonia Soto Huamaní camina a lo largo del derecho de vía del gasoducto en la jurisdicción del pueblo de Paucho, en la provincia de Huamanga, e inspecciona el crecimiento de los pastizales. Solo le falta un día para terminar los ocho de su control mensual. En los siguientes 22 días retornará a su trabajo en su comunidad.
Oriunda del pueblo de Qasanqay, ubicado en el distrito de Vinchos, Celedonia trabaja hace ocho meses en el programa y es una de los 37 monitores que vigilan el ecosistema en los 408 kilómetros del gasoducto. Al igual que ella, Edwin Pariona, Miguel Ángel Rodríguez y Daniel Mendoza fueron elegidos por sus distintas comunidades para ser sus fiscalizadores. Han sido luego capacitados por la ONG ProNaturaleza, en representación de la empresa operadora del gasoducto Perú LNG .
“Ellos reportan sus resultados cada tres meses a sus comunidades, y en caso haya una situación crítica, se eleva inmediatamente un reporte a la empresa”, indica Rubén Cárdenas, director del programa.
A dos horas de camino desde la ciudad de Huamanga, en el centro poblado de Patibamba, en la provincia de La Mar, y en pleno valle del río Torobamba, la historia cobra otros matices. El pati, el árbol más grande y dominante del bosque seco y que protege a la comunidad de deslizamiento de lodo desde sus laderas por las lluvias, se encuentra en peligro de desaparecer.
Desde el 2008, cuando el Instituto Smithsonian firmó un acuerdo de investigación con la empresa Perú LNG, un equipo de investigadores visita constantemente a la comunidad y trabaja junto a ellos en la preservación de los últimos arbustos que quedan en sus laderas.
“El pati es parte de nuestra vid. Mis padres y abuelos siempre nos enseñaron sobre este árbol pero recién entendemos cómo conservarlo”, confiesa Johnny Espinoza Santa Cruz, presidente del centro poblado.
Reynaldo Linares afirma que esta también es una historia de contrastes. La investigación académica avanza con el apoyo de la empresa, pero aún los resultados no son suficientes. Afirma que están comprometidos en compartir conocimiento y han iniciado charlas sobre sus hallazgos en la Universidad San Cristóbal de Huamanga. “Para comprometernos todos”, dice.