Escribe: Óscar García / @space_godzilla
Julio Urbano tiene 80 años y se considera el retablista más antiguo de Huamanga. Sobreviviente de una destacada generación de artesanos que en los años cincuenta puso el arte del retablo en boca de todo el mundo. Su hermano, el Gran Maestro Jesús Urbano Rojas, fue condecorado en vida con la Orden del Sol en el grado de Gran Caballero y alguna vez fue declarado Tesoro Humano Viviente. “Hay otros retablistas que continúan con la tradición de mi hermano, pero de los primeros yo soy el único que queda”, sostiene.
El retablo ayacuchano moderno surge de la transformación de las antiguas “cajas de San Marcos”, uno cajones que contenían figuras sagradas y que eran usados por los campesinos para presidir sus fiestas. Estos fueron modificados a fines de los cuarenta por destacados pioneros de este arte como el fallecido Joaquín Lopez Antay, quien reemplazó las figuras de santos por las costumbres andinas como las cosechas de tunas y el matrimonio andino. “Lo primero es hacer la masa. Antes se hacía de papa y de níspero, pero ahora se usa mucho la harina de trigo”, dice Urbano.
Una vez lista la masa se procede al modelado de la figura, al gusto del artista. Cada maestro tiene su especialidad: algunos le ponen mucho esmero a las manos y gestos, otros a los pliegues de la ropa. En la fase del pintado, los rostros son los primeros en ser atendidos, casi siempre con pinturas naturales. Al final, se entintan las ropas y fondos y se ubica en el cajón que puede ser de cedro, aunque también de triplay, en modelos más económicos. Artesanos modernos como la familia Ramos hacen maravillas solo con la caja, tallándola y hasta tejiéndola.
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