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Los vigilantes de la laguna Palcacocha

Los nevados de la Cordillera Blanca que coronan Huaraz son también su mayor amenaza. El registro más antiguo de una catástrofe natural en la capital ancashina data de 1702. La última ocurrió el 13 de diciembre de 1941. Ese día, una parte del nevado Palcaraju se desprendió y cayó sobre la laguna Palcacocha. Una masa con toneladas de nieve, agua, piedras y tierra descendió por la quebrada de Cojup desde los 4.560 m.s.n.m. hasta Huaraz. En media hora, el aluvión destruyó gran parte de la ciudad y dejó entre 4.000 y 5.000 muertos.

Eduardo Díaz Guillén (81) relata esta historia al lado de su casa, a unos minutos a pie de la entrada a Palcacocha, 25 kilómetros al este de Huaraz. Él, junto a otras cuatro personas, son los únicos que viven hace cinco años de cara a la laguna más peligrosa de las once que mantienen en vilo a la región. Desde la década de 1970, los efectos del cambio climático aceleraron el deshielo de los nevados. El retroceso glaciar provocó la formación de nuevas lagunas y aumentó el riesgo de aluviones e inundaciones.

“Soy uno de los guardianes de la laguna. Trabajo para el bien del pueblo de Huaraz”, dice Eduardo. Su casa está ubicada en la primera línea del inicio de la destrucción ante un posible aluvión. En la ciudad, la proyección de este recorrido devastador está marcado en el llamado cono aluviónico, un cerco imaginario rojo que señala en los mapas los lugares con mayor peligro, precisamente los sepultados en el año 41. A diferencia de esa época, la población de Huaraz supera hoy las 100.000 personas; se calcula que 50.000 viven en latente peligro.

Víctor Morales (51) abre un estuche en forma de maletín color naranja y muestra un teléfono satelital. “Soy el encargado de llamar a la ciudad para avisar el peligro”, dice en tono distendido. Morales cumple con un turno de siete días consecutivos (antes de su relevo) en una especie de refugio acondicionado en lo alto de uno de los cerros frente a la laguna Palcacocha. Él confía en que los 30 metros que separan el suelo de su punto de vigilancia lo salvarán del aluvión y le dará tiempo para dar la voz de alerta por radio o por teléfono.

Confía también en la versión de los científicos, quienes calculan que la ola más grande que podría formarse por el desprendimiento del nevado sería de 10 metros. “A la derecha vemos la montaña Palcaraju, y a la izquierda, la Pucaranra”, señala orgulloso Víctor a un grupo de periodistas a quienes ha acercado en un bote hasta el nevado. “Es grande la laguna, yo la conozco como mi casa”, dice.

Eduardo y Víctor son parte del equipo humano que trabaja en el marco del sistema de alerta temprana, acondicionada por el Gobierno Regional de Áncash. Ambos vigilan y operan manualmente durante 24 horas las válvulas del sistema de sifonaje instalado en la laguna en el 2011. Este conjunto de doce mangueras (solo dos de ellas operativas) succionan el agua de la laguna, que desde 1970 aumentó 34 veces su caudal con 17 millones de metros cúbicos de volumen. De acuerdo a la versión oficial, se ha logrado disminuir el caudal de la laguna y por el momento no hay peligro de desembalse.


–Ayer y hoy–
A 75 años de la tragedia, son pocos los que mantienen recuerdos de ese día. Son comunes las historias de gente que sintió por años pánico ante las lluvias o los sismos, todos potenciales desencadenantes del desastre. Rodeados de glaciares, los ancashinos saben que estos, además de fuentes naturales de agua y atractivos para el turismo, son amenazas latentes.

En la sede del Instituto Nacional de Investigación en Glaciares y Ecosistemas de Montaña (Inaigem) de Huaraz –el local se ubica en pleno cono aluviónico–, Marco Zapata, director de Investigación en Glaciares, reconoce que no pueden predecir la siguiente catástrofe, pero sí disminuir la incidencia de la devastación. El Inaigem calcula que un evento similar al de 1941 le costaría al país aproximadamente S/9 mil millones, que podrían evitarse con una inversión en proyectos por S/20 millones.
“Además de la ciudad, se destruirían la central hidroeléctrica del Cañón del Pato, los canales de Chavimochic y Chinecas, además de viviendas y carreteras”, dice.

Alejo Cochachin, jefe de la Unidad de Glaciología y Recursos Hídricos de la Autoridad Nacional del Agua (ANA), remarca otro tema trascendente: la gestión correcta del agua del deshielo, la cual no es aprovechada por falta de infraestructura de trasvase y almacenamiento para contribuir así en actividades como la agricultura. “Hay que combinar la gestión de riesgos con la de oportunidades, aprovechar el agua de las cuencas altas en momentos de escasez”, considera.

Sandro Castillo, director regional de Recursos Naturales y Asuntos Ambientales Agrarios, dice que el gobierno regional debe articular un trabajo con los gobiernos locales en un enfoque de lucha contra el cambio climático. Consultado al respecto, dijo que los términos de referencia para los proyectos de prevención en Palcacocha están en proceso de adecuación. “Si no reaccionamos, el impacto será mayor”, dice.

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