Junto a un pequeño monumento, cual mausoleo en un cementerio, Mauro Dueñas Alegre (67) recuerda con pesar a los más de 20 familiares que perdió aquella tarde del 31 de mayo de 1970, cuando -a sus 19 años- un terremoto de 7,8 grados se trajo abajo un bloque del nevado Huascarán causando un alud que arrasó con su tierra, su gente, con su entrañable Yungay. Hoy, ya con 67 años a cuestas y tras la experiencia de ser alcalde, está parado junto a esa simbólica edificación. En realidad, sobre el lugar donde se ubicaba su casa. En su mirada hay nostalgia; en su voz, resignación.
Él es una de los cerca de 300 yungainos que, de distintas maneras, lograron sobrevivir a aquel fatídico día para el país. Y luego de 45 años, siguen sobreviviendo a los invasivos recuerdos, al luto y al dolor. Mauro fue el único que quedó entre los familiares que vivían en su casa, había salido a pasear con su enamorada. Lo salvó aquel amor juvenil. “Vimos que se derrumbaba el hielo. Dijimos ‘alud, alud’ y corrimos a un cerro. Volteamos y un manto blanco había tapado todo Yungay. Luego se llenó de un polvo negruzco”, recuerda reconociendo que a veces lo hace con rabia, y que tras lo vivido tenía que seguir adelante, porque ya no había lágrimas para llorar.
El alud tardó en llegar 3 minutos a la ciudad. Quienes se salvaron se preguntaban por sus seres queridos. “Mi papá y mi mamá quedaron en la casa con la intención de dirigirse a mi chacra. No sé si llegaron salir o permanecían todavía en la casa, porque después nunca más los he visto”, cuenta el profesor Javier León León (67). Recuerda que se salvó por haber salido a pasear con varios amigos detrás del cementerio, y que con ellos encontró a más sobrevivientes con los que vivió en campamentos improvisados.
Los reportes oficiales dan cuenta de fueron 53 millones de metros cúbicos los que arrasaron con esa zona del Callejón de Huaylas. Gladys Gonzales Obando -entonces de 8 años y ahora de 56, se recuerda corriendo cargando a su hermano de año y medio en un campo cercano a la ciudad. “Llamaba a mi mamá y no estaba. Es muy triste, pasamos por el barro y vimos restos de personas”, narra la esposa del actual alcalde provincial, que perdió a cinco hermanos.
Y así como algunos se salvaron en el mismo Yungay -entre ellos muchos niños por estar en un circo en el estadio, cercano a un cerro- otros sobrevivieron fuera. Solo dos días antes de la catástrofe, José Mallqui Babilón, un joven de 18 años aficionado al fútbol, se había ido a Lima para ver los partidos del mundial México 70, pues en su ciudad natal no había televisor.
Cuatro de sus 9 hermanos murieron y, casi una semana después, retornó junto a su padre, que también estaba en la capital por esos días. “Encontré todo devastado, era increíble, me quedé como un zombi. No tenía reacción para nada. De ahí, cada uno tenía que ver qué hacía por su vida, nos habíamos quedado sin rumbo”, sobre lo que fue la casa de su hermana, en lo que es hoy un enorme cementerio. Ahí llegan al mes unos 15 mil turistas, que dejan una recaudación de al menos 30 mil soles.
Volver a empezar
Los años siguientes, todo tuvo que empezar de nuevo. A un kilómetro de la antigua ciudad se erigió el nuevo Yungay, con 70 mil habitantes en la actualidad y la agricultura como principal actividad. Pero además, con el problema de tener una red de agua y desagüe en mal estado, un mercado y el único hospital colapsados. El alcalde Enrique Chávez indica que el panorama en este punto cambiará: “Ya está el perfil de la obra, en setiembre debe estar iniciándose la construcción por dos años. El anterior local del colegio Santa Inés albergará al hospital”.
Así, Yungay sigue levantándose y emprendiendo, como lo hicieron los padres de Hernán Gómez Romero (51). Sobrevivió con ellos a los 7 años y recién al tercer día, cuando bajó el polvo que cubrió la ciudad, notó desde un cerro que esta ya no estaba.“Han sido 45 años bastante duros, de mucho sacrificio. Empezamos de nuevo”, cuenta. Muchos lo hicieron incluso solos, sin familia. Era la única opción.
NEVADOS Y LAGUNAS, RIESGO LATENTE
El peligro es latente y, la prevención, parte de la sobrevivencia de estos y los próximos años. De acuerdo a la Unidad de Glaciología de la Autoridad Nacional del Agua (ANA), 57 lagunas representan un riesgo de desembalse, en caso ocurra el desprendimiento de un glaciar, en Cusco, Puno, Junín, Huánuco, Áncash y la sierra de Lima.
Un modelo de prevención -que se espera repliquen autoridades locales- es el Sistema de Alerta Temprana implementado desde el 2011 para monitorear con cámaras -en tiempo real- el nevado Hualcán y la laguna 513, en Carhuaz, enviando información a una aún incipiente central en el municipio provincial. Ello ha permitido sensibilizar a la población y establecer zonas seguras. “En un caso extremo de avalancha en Acopampa y Carhuaz, la población tendría 32 minutos para evacuar”, advierte César Gonzales, coordinador de CARE Perú, que ejecutó el proyecto financiado por la cooperación suiza. Al menos 5 mil personas podrían verse afectadas, se estima.
“En la Cordillera Blanca, unas 14 lagunas tienen un grado de riesgo y necesitan ser equipadas con este sistema para poder salvar vidas”, sostiene el ingeniero Alejandro Cochachín, de la ANA. Agrega que solo en Huaraz, los nevados Pulcaraju y Pucaranra, sobre la laguna Palcacocha, son un riesgo para 50 mil pobladores. Otra situación a tomar en cuenta es el retroceso de glaciares por el cambio climático, lo que forma nuevas lagunas.