Semanas atrás, El Comercio informó que los cuerpos de tres soldados –dos bolivianos y un peruano– fueron hallados momificados en el Alto de la Alianza, el desierto donde en mayo de 1880 se libró una batalla de los ejércitos de estos dos países contra el de Chile. El actual embajador de Bolivia en el Perú, Gustavo Rodríguez, se reunió con la arqueóloga Patricia Vega Centeno –a cargo de las investigaciones– y prometió que sus dos compatriotas, del batallón Sucre, regresarían a su país para ser sepultados con honores.
Las primeras noticias de este hallazgo se remontan en realidad al 2008. Un grupo de investigadores, de la llamada Brigada Naval Combatientes del Pacífico, con autorizaciones del entonces Instituto Nacional de Cultura (hoy Ministerio de Cultura), recorrió el Alto de la Alianza para recabar información veraz sobre lo que allí había ocurrido, y con la intención de hallar vestigios de esa cruenta batalla. Luego de caminar 13 días trayectos de hasta 8 kilómetros diarios a 36 grados de temperatura, el grupo encontró restos de tela: son uniformes, pensaron. Lo que descubrieron eran cuerpos.
Los secretos de este enorme cementerio de la guerra comenzaban a ser revelados.
La brigada naval coronó así una intensa búsqueda que, por cierto, no ha terminado. Este grupo de hombres, militares y civiles comenzó a unir sus capacidades de investigación, búsqueda, registro y análisis y estudió, in situ, lugares como el morro, San Juan y Miraflores. En estos últimos años, han encontrado y restaurado desde municiones pequeñas hasta cañones.
Los civiles y militares que componen la brigada naval continúan investigando la zona.
¿Por qué recorrer otra vez lugares donde los hechos ya ocurrieron? ¿Qué busca un investigador de la guerra? “Un conflicto es, sobre todo, una cuestión social”, resume Percy Graham, coordinador de este gran proyecto de la brigada. Han pasado 135 años de esta guerra, pero la historia se sigue revelando.