Estoy sentada en mi escritorio. Hace cinco minutos no hacía nada más que clavar los ojos en la pantalla. ¿Había algo qué hacer? No. Pero temía volver al cuchillo que estaba a mi lado e inflingir otro corte en mi muñeca. Otro ya sería demasiado. Estoy más calmada, sí, pero no sé qué hacer. El hastío me carcome. Pronto llegará mi madre, quizás algún hermano, y me mirarán con resabios de lástima y confusión: mira esa cara, deberías maquillarte. Estás demacrada. ¿Por qué has engordado tanto? Es que sigues calentando el asiento y no eres capaz de levantarte de ahí. Después intercambiarán palabras entre ellos; dirán: un par de 'sacadas de mierda' y se le pasa. Después llegará mi enamorado, me sacará a pasear (sí, como a un niño o como a un perro), y mientras caminamos se romperá la cabeza tratando de comprender cómo es que una muchacha de 25 años tiene tantos deseos de morir. Sí, yo quiero morirme desde que tengo 16. Y ni los múltiples psicólogos o psiquiatras que me han tratado han minado esas ganas. Tampoco ha sido suficiente mi amor por la literatura. He perdido muchos trabajos, he ingresado a emergencia psiquiátrica como si fuera mi casa y tengo una cicatriz en la muñeca izquierda que me recuerda cuan cerca estuve de ¿la salvación? En suma, para la sociedad actual no soy más que una pérdida irremediable de dinero. Para mis padres, la hija que jamás pudo alcanzar el éxito (entiéndase por éxito -en esta sociedad- tener el suficiente dinero y poder para que nadie te señale).
Pero yo solo soy una víctima más e ínfima en el espectro de seres humanos afligidos de algún trastorno mental.
Tengo Trastorno Límite de la Personalidad (TLP) y escribo a este diario porque apelo al principio primario del periodismo: servir a la sociedad.
El tema es conocido, pero a veces hace falta que lo cuente una persona enferma y no las autoridades del Ministerio de Salud o los profesionales de la psiquiatría y psicología. Aquí les escribe una enferma de carne y hueso para decirles que la gente que sufre de trastornos mentales está desamparada en este país. En los primeros años de mi enfermedad, cuando aún dependía de mis padres, tuve la suerte de tratarme con médicos particulares. Las citas semanales no bajaban de 150 soles y los medicamentos, al mes, pasaban los 500 soles. ¿Se imaginan cuántas personas no pueden costear ni 50 soles para una consulta médica? Ya a mis 25 años, sin trabajo -porque siempre los pierdo debido a mi extrema inestabilidad y depresión, decidí recomenzar mi quinto o sexto tratamiento en un hospital público. Pago 12 soles la consulta con el psiquiatra. Los medicamentos no salen más de 200 soles al mes, aunque muchos de ellos están agotados y hay que recurrir a las farmacias (ese poderoso y siniestro estado) y gastar mucha plata. Debido a la afluencia de pacientes, las consultas no duran más de 20 minutos, las citas se dan una vez al mes como mínimo y la atención es profundamente despersonalizada. Lo que sucede al final es siempre lo mismo: las personas dejan el tratamiento y se unen a la miríada de enfermos mentales que pasan por mendigos, rateros, agresivos y, en suma, desamparados. La familia, créanme, no aguanta tanto dolor en su seno.
Sé que el Ministerio de Salud ha comenzado un plan de salud comunitaria para tratar las enfermedades mentales, un sistema que se dio en España hace más de cuarenta años, y que aquí está avanzando muy lentamente. Con el gobierno anterior -Ollanta Humala- es a lo mínimo que se ha llegado. ¿Podrá hacer algo el gobierno de PPK y su Ministerio de Salud por nosotros? ¿Podrán empezar, aunque sea, por capacitar a los enfermeros de atención primaria para pedirles que nos traten como a seres humanos? ¿Podrán agilizar el sistema médico, darles computadores y hacer archivos electrónicos en los hospitales públicos para aminorar el retraso en las consultas? ¿Dejaremos ingresar otro tipo de medicamentos que no sean los de laboratorios nuevos y relucientes que mantienen tratos con el gobierno? (en muchos países europeos se utilizan medicamentos de los 80's a muy bajo costo. Aquí no llegan bajo la excusa de que compramos medicamentos más avanzados. Pero la medicina en salud mental poco o casi nada ha avanzado desde entonces. Simplemente les ponen etiquetas más bonitas y los venden más caro). ¿De verdad, alguien puede ayudarnos a vivir un poco mejor?
No tendría problemas en poner mi nombre, sino fuera por el estigma y la discriminación que supone sufrir un trastorno mental. Por favor, señores de El Comercio, hagan algo al respecto. Informen. Esto no es una broma. Es un dolor constante a punto de estallar en los corazones de los enfermos.
PD: mi enfermedad, al menos, me permite elucubrar, escribir y quejarme. Pero son demasiados los enfermos que simplemente no pueden pedir ayuda.
Gracias.
Anónimo.