Conversación interrumpida, por Renato Cisneros
Conversación interrumpida, por Renato Cisneros
Renato Cisneros

Pese a que en los últimos años se ha incrementado el número de peruanos interesados por las narrativas que abordan el periodo de violencia política desde la perspectiva de la intimidad, aún el gran público no se siente masivamente atraído hacia ese tipo de mirada.

Una explicación podría ser que, a la hora de buscar un libro, ir al cine o ver una obra de teatro, la mayoría prefiere distraerse. O tal vez ocurra simplemente que la historia nacional contemporánea –revisada no de manera panorámica ni épica, sino privada– no calza con sus predilecciones.

Las razones pueden ser muchas, pero si no existe el atractivo, no queda más que crearlo. Un buen ejemplo de que puede problematizarse la realidad y ser entretenido sin perder calidad es La última tarde, el nuevo largometraje de Joel Calero.

Ciertamente la actual coyuntura pareciera jugarle en contra, pues mientras la reciente designación honorífica a favor de los comandos Chavín de Huantar ha reforzado en la sociedad el imperativo de rechazar sin titubeos actos terroristas como el perpetrado por el MRTA en la residencia de la embajada japonesa en 1996, Calero se atreve a proponer el retrato humano de una pareja de ex militantes de ese mismo grupo armado. No estamos, por lo tanto, ante una narración cómoda, lo cual es buena noticia. Las películas –obras de arte, en general– que provocan algún tipo de fastidio o inquina son las únicas capaces de interpelarnos. Nos sentimos obligados a analizar por qué nos molesta o indigna eso que vemos en pantalla. O, por el contrario, por qué nos sentimos atraídos hacia unos personajes que, no obstante su pasado delictivo o violento, de repente nos despiertan afecto o fascinación.

La última tarde es la historia de una conversación interrumpida (la de los personajes y acaso también la del país). Laura y Ramón se encuentran después de casi 20 años para finiquitar legalmente su matrimonio. Las horas que transcurren mientras esperan a que

el juez vuelva a su oficina las invierten paseando y actualizando sus vidas. De tanto en tanto, a insistencia de Ramón, vuelven a hablar de la lucha ideológica que emprendieron años atrás en la sierra del país, de los camaradas que murieron en el camino, de su antigua relación sentimental. Ella no quiere recordar; él, sí. Ella está satisfecha con su presente; a él le urge resolver el pasado. El telón de fondo de esos diálogos acuciantes es la Lima de estos años, una urbe insegura donde las injusticias más evidentes y las formas de discriminación más sutiles se intercalan con normalizada impunidad.

A medida que evoluciona como relato, la cinta va sembrando en el espectador preguntas que seguirán reverberando mucho después de la función: ¿un criminal puede tener sentimientos bondadosos hacia otros?; ¿un sujeto está definido por sus posiciones políticas, sus decisiones morales o sus reacciones humanas?; ¿llamar ‘terruco’ a un subversivo es enunciar una verdad indiscutible o recurrir a una estrategia de estigmatización que impide comprender el problema del fondo?

Las estupendas actuaciones de Katerina D’Onofrio y Lucho Cáceres realzan la ficción de Calero, la convierten en un drama frente al cual el espectador vacila todo el tiempo entre tomar una posición o no. En estos días en que se menciona tanto la expresión ‘voltear la página’ (como un modo demasiado obvio de crear un ambiente favorable para un posible indulto a Alberto Fujimori), La última tarde es una inquietante piedra en el zapato. Véanla. Discútanla. Así sabrán qué es exactamente lo que están dispuestos a olvidar y perdonar.

Esta columna fue publicada el 29 de abril del 2017 en la revista Somos.

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