Es jueves 11 de agosto y Pilar Martínez limpia cuidadosamente la lápida de su hija Patricia en el cementerio de Pisco. En cuatro días se cumplirán 15 años de su muerte. Ha pasado el mismo tiempo que tenía en vida, pero Pilar siente que todo se ha detenido en el miércoles 15 de agosto del 2007. Sigue su espacio en la mesa, sigue presente en las conversaciones y sigue sintiendo ese dolor en el pecho, palpable, de que algo malo va a pasar cada vez que hay temblor. “Una madre nunca olvida”, dice.
¿En cuánto tiempo se supera una tragedia? Quince años parece no estar ni cerca. Las familias que perdieron a sus hijos, hermanos, padres en el terremoto de Pisco –el epicentro del desastre– siguen llorándolos, las calles de la ciudad mantienen varios edificios agrietados, abandonados, y las casas provisionales donde se trasladaron miles de damnificados siguen en el mismo lugar.
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Patricia Achante, hija de Pilar, fue una de las decenas de personas que murieron cuando la iglesia San Clemente se vino abajo en el brutal sismo de magnitud 8 que dejó en total 600 fallecidos, más de 1.200 heridos y 70.000 viviendas colapsadas.
A pocos metros de su lápida, las hermanas Quispe Ramírez celebran el cumpleaños de su madre, fallecida también en el sismo al lado de su esposo. “Ella nació el 11, él el 13 de agosto y murieron juntos el 15″, cuentan. Su historia, como la de muchos pisqueños que yacen juntos en el sector 15 de agosto del cementerio, tiene partes iguales de tragedia y heroicidad: Juan Hipólito Quispe era un mecánico muy querido en su ciudad. Trabajaba en su taller cuando empezó el primer remezón del sismo. Ese movimiento inicial, más leve, permitió que muchos salgan a la calle, pero él dio la vuelta y se metió a su casa para sacar a su esposa, Susana Yda Ramírez, invidente por su avanzada edad. Ahí la encontró abrazando a su nieto de tres años, cubriéndole la cabeza con un cojín. Así logró salvarlo. A ella la encontraron horas después entre los escombros, a él, todavía el día siguiente. Sus hijas cuentan toda la historia para que no se olvide que la vida de muchos sobrevivientes se debe a las acciones de quienes hoy completan largas filas del camposanto.
Los deudos volvieron hoy para la ceremonia de recuerdo de las víctimas de esa catástrofe. Así como mantienen inamovible el recuerdo, también la indignación por lo que siguió al terremoto. “Hasta ahora Pisco no está reconstruido totalmente. Hay muros de material noble, pero si entras son módulos. Ha pasado tanto tiempo y la gente sigue viviendo ahí”, dice Rosario Muñante.
Tareas pendientes
En Pisco llaman “muros de la vergüenza” a las paredes que se colocaron alrededor de edificaciones que nunca se reconstruyeron. Detrás de ellos hay terrenos vacíos o módulos de material prefabricado donde estaban las casas. Uno de estos le pertenece a Óscar Flores Conislla, quien pese a haber sido damnificado nunca recibió el bono de los seis mil soles que entregó por entonces el Banco de Materiales. “Hubo muchas denuncias en la entrega de bonos, recibieron quienes no eran, no se usó para reconstrucción, hubo gente que compraba televisores”, dice.
La casa de Óscar, exbombero voluntario e investigador sobre la historia de Pisco, vivía en Pisco Playa hasta que el terremoto derrumbó su casa y la de sus vecinos. Él, ensangrentado con una herida abierta en la cabeza, pudo escapar y correr hacia una plaza de armas de la ciudad, convertida en un campo de guerra. “Parecía la película Perl Harbor, con todos los cuerpos en la calle, algo apocalíptico. El casco urbano de Pisco antiguo era de adobe y no pudo soportar el terremoto. No había corriente eléctrica, no había abastecimiento de agua por mucho tiempo. Lo peor es que al día siguiente hubo Paraca [tormenta de arena] y todo era polvo, no sabíamos qué estábamos pagando”, cuenta.
Quince años después, de su antigua vivienda solo queda un módulo de material prefabricado, un muro alrededor y un título de propiedad que hasta ahora no recibe. Tuvo que mudarse, pero espera algún momento volver a su casa aunque la realidad de muchos es que esos módulos nunca se conviertan en viviendas: “Esperábamos que Cofopri nos titulara, pero se les acabó el presupuesto. Dieron título a personas que no vivían en las casas. En muchos pueblos jóvenes como distritos de San Clemente, el sector Nazario Palomino, el sector Aguas Santa la gente sigue viviendo en módulos, han ampliado con plásticos o caña guayaquil, pero siguen siendo módulos”.
Semanas después del terremoto, el gobierno de Alan García creó el Fondo para la Reconstrucción Integral de las Zonas Afectadas por los Sismos del 15 de Agosto del 2007 (Forsur), pero fue una entidad cuestionada e investigada en el Congreso por graves denuncias de malos manejos. Al menos hasta el 2019, la Cámara de Comercio, Industria y Turismo de Ica, estimaba que aún había cerca de 10.000 familias en Pisco en las casas provisionales entregadas por el gobierno luego del desastre.
“La respuesta inmediata y la rehabilitación temporal se hicieron rápido gracias a ayuda internacional. Pero no hubo una buena coordinación entre gobiernos regionales y Forsur para la reconstrucción”, explica Erik Cortijo, director de la Dirección de Rehabilitación del Indeci.
Quince años después del terremoto de Pisco, el Palacio Municipal, inaugurado en el año 1930, espera su reconstrucción. Además de estar abandonado y con la estructura inhabitable por los graves daños que dejó el sismo, se ha convertido en espacio utilizado por personas de mal vivir.
Quince años después del terremoto de Pisco, el Palacio Municipal, inaugurado en el año 1930, espera su reconstrucción. Además de estar abandonado y con la estructura inhabitable por los graves daños que dejó el sismo, se ha convertido en espacio utilizado por personas de mal vivir.
Quince años después del terremoto de Pisco, el Palacio Municipal, inaugurado en el año 1930, espera su reconstrucción. Además de estar abandonado y con la estructura inhabitable por los graves daños que dejó el sismo, se ha convertido en espacio utilizado por personas de mal vivir.
Quince años después del terremoto de Pisco, el Palacio Municipal, inaugurado en el año 1930, espera su reconstrucción. Además de estar abandonado y con la estructura inhabitable por los graves daños que dejó el sismo, se ha convertido en espacio utilizado por personas de mal vivir.
Quince años después del terremoto de Pisco, el Palacio Municipal, inaugurado en el año 1930, espera su reconstrucción. Además de estar abandonado y con la estructura inhabitable por los graves daños que dejó el sismo, se ha convertido en espacio utilizado por personas de mal vivir.
Quince años después del terremoto de Pisco, el Palacio Municipal, inaugurado en el año 1930, espera su reconstrucción. Además de estar abandonado y con la estructura inhabitable por los graves daños que dejó el sismo, se ha convertido en espacio utilizado por personas de mal vivir.
Esa descoordinación, añade, incluía información con varias versiones desde la Evaluación de Daños (Edan) realizado por la Municipalidad provincial, que se enviaba al gobierno regional y de ahí a Forsur para conocer a dónde debía dirigirse los esfuerzos. “Tenían que hacerse estudios definitivos con detalle que recoja un factor de seguridad cumpliendo normas sismorresistentes, eso tomó mucho tiempo”, agreda Cortijo.
Hoy, no solo los “muros de la vergüenza” son un recuerdo de lo mucho que se perdió y no se recuperó en Pisco, sino también los edificios como el Palacio Municipal, que 15 años después sigue abandonado, inhabitable y en permanente riesgo de caer.
Fue una de las médicos que tuvo a su cargo brindar ayuda a los miles de heridos por el terremoto. El primer lugar donde atendió afectados fue en la carretera Panamericana Sur, donde llegaba personas con heridas, contusiones y shock traumático que intentaban salir de Pisco por miedo a un tsunami. A partir del día siguiente le tocó trabajar en el centro médico de Paracas. Sus colegas habían sido destinados a los hospitales que no se daban abasto y ella debía cubrir sola el turno todo el día. "Más que las lesiones físicas, las lesiones emocionales fue lo que más caló en la población. No podían dormir, estaban todo el día en alerta, eran pacientes que terminaban agotados física y mentalmente por el shock postraumático", cuenta. Hoy es jefe del departamento de diagnóstico por imágenes del Hospital de Pisco,
Tenía 22 años cuando fue fotografiada por el reportero gráfico de El Comercio Luis Choy. Estaba en el hospital de Pisco y su esposo, Dante Achante, la sostiene mientras ella, en un colchón en el suelo, permanece herida. Su foto fue un símbolo de esperanza en medio de la tragedia.
Quince años después, cuenta cómo impactó ese día en su vida. En el momento del terremoto estudiaba en un instituto ubicado a pocos metros de la Plaza de Armas. Cuando las paredes y el techo se desplomaron ella resultó con la mano lesionada y golpeada. "Los pisqueños hemos sido resilientes, no estamos como ese momento cuando pensábamos que era el fin del mundo, que no íbamos a salir de esto. Ha cambiado mucho, sí pasaron muchas situaciones problemáticas, pero aquí seguimos. Las nuevas generaciones tienen que saber por lo que hemos pasado", dice.