Pataz no siempre fue un lugar de violencia, corrupción y conflicto. De hecho, el punto de quiebre fue tan solo pocos años atrás, cuando la pandemia por Covid-19 azotó al mundo entero. Pero allá, en aquel distrito construido sobre importantes yacimientos de oro, el virus fue secundario, siendo el crimen organizado el principal factor de riesgo. Peor aún, lo sigue siendo.
Ningún nombre en este informe es real. Son seudónimos asignados a cada uno de los patazinos entrevistados por El Comercio, todos temerosos de ser descubiertos y sufrir alguna consecuencia. Rocío, una mujer de avanzada edad, por ejemplo, ya ha sido amenazada anteriormente. Ella y su familia fueron extorsionados por relacionarse con una de las empresas mineras formales que operan en la zona.
Para los entrevistados, el distrito de Pataz es una zona donde las reglas del Estado no se imponen. Hace casi 140 días, el gobierno promulgó el estado de emergencia en la zona, que ha movilizado a cerca de trescientos efectivos policiales y alrededor de cien militares. Desde entonces, coinciden todos, la situación de violencia ha disminuido, pero el temor sigue.
“Con esto de la inseguridad ya no da ganas de estar saliendo, la verdad. Preferimos dar vueltas en nuestra casa, como se dice, para evitar otras cosas, pues, peores”, cuenta Julia, quien administra una bodega lejos del centro de la ciudad que la recibió 25 años atrás. Su esposo, como la mayoría de los lugareños, se dedica a la minería aurífera. Sus hijos estudian en Trujillo. “Hicimos el esfuerzo y lo mandamos a nuestros hijos a estudiar lejos”, son las palabras de la madre.
Los inicios
Hubo una época en la que la agricultura y la minería artesanal convivían en este pequeño territorio, hoy centrado entre el oro y la delincuencia. Cuentan los vecinos más longevos que cinco familias fueron las fundadoras, más de un siglo atrás. Cuando Rocío llegó al mundo en Pataz, por ejemplo, fue recibida por una familia dedicada a la agricultura. Hasta ahora mantiene una pequeña chacra, como una afición que la recuerda a su juventud.
Pedro nació en el distrito poco después que Rocío, hace unas cinco décadas. A él también le tocó una familia agraria, pero luego se desvió hacia la minería, trabajo que mantiene hasta hoy. Entonces, era o lo uno o lo otro. “Mi papá fue 100 % agricultor y ganadero. Cuando empezamos con mis hermanos el tema de la minería, era más una minería de sobrevivencia. Se molía en molinetes de piedra y se separaba con mercurio, al estilo español”, relata ella.
Lo cierto es que la historia del oro en esta localidad es eterna. Además de las actividades artesanales, ya en la década de los 20 se registraban las operaciones de la Northern Perú Mining Corporation. Si bien en 1940 cerró, las exploraciones continuaron y en 1980 se fundó Poderosa, la primera de las tres concesiones que operan actualmente en el distrito. Al fin y al cabo, Poderosa es también parte de la historia reciente de este pueblo de La Libertad.
Conflictos sin sangre
Julio fue el más cauteloso al momento de hablar. Lleva décadas viviendo en el distrito y actualmente ocupa un cargo público. A diferencia de muchos, no se dedica ni al oro ni a la tierra. Es abogado de profesión, pero en su infancia hay registros de socavones y sus amigos parqueros, aunque durante su narración se mencionaba como parte de ellos. Los parqueros eran ladrones de mineral, que ingresaban a las minas para robar algún saco de mineral. En las épocas cuando Julio aún era adolescente, los parqueros eran jóvenes traviesos o mayores buscando sobrevivir. Hoy, ingresan armados y están ligados a organizaciones criminales con grandes capitales económicos.
Todos los entrevistados recuerdan aquella época de los parqueros ‘inofensivos’. Con la llegada de las empresas mineras, muchos intentaron hacerse de algunos gramos de oro encubiertos en rocas grises y brillantes. Julio desempolva las memorias y describe que la seguridad dentro de los socavones era mínima en aquellos años, pero no todos se salían con la suya. Cuando eran atrapados, los guardias o los trabajadores reducían a los parqueros y, entre gritos y algunos golpes a puño limpio o varas de ley, eran llevados a la comisaría donde pasaban la noche en el calabozo. Julio sonríe mientras cuenta esto, le causa gracia.
Con el auge de la minería y la expansión de las empresas, comenzaron también los conflictos entre los pobladores y las empresas. No se enfrentaban a la actividad extractiva, sino a la explotación de los recursos que consideraban propios por parte de terceros. Rocío rememora estas épocas. Pedro también. Ambos resaltan que pese a las diferencias y a los grupos ideológicos, las movilizaciones -que incluían paros y concentración de gran cantidad de personas- jamás desenlazaban una violencia fatal. “A veces nos insultamos frente a frente, tampoco teníamos miedo de reclamar. En cambio, ahora hora ya ni podemos hacer eso”, narra Rocío.
Pandemia
El incremento del precio del oro en los tiempos recientes no solo permitió la expansión de las mineras grandes, sino que reforzó el interés local por la minería artesanal. Con los años, las labores manuales fueron virando hacia la maquinaria pesada y mayores índices de extracción. Asimismo, mientras la ciudad veía un crecimiento poblacional alrededor del 2017, subterráneamente incrementaban las conexiones ilegales hacia las operaciones de Poderosa. Los números de comunicaciones clandestinas y actividades delincuenciales crecían, obligando a que la fuerza de seguridad se incremente. Pero con el Covid, la situación perdió control. De tener dos o cinco empleados de seguridad en la mina, Poderosa se vio obligada a contratar más de mil en menos de cinco años.
“La pandemia fue la gota que rebalsó el vaso”, menciona Rosa. Julio cuenta que “por la pandemia se redujo el personal [de las mineras] y los mineros [ilegales] empezaron a comunicar los túneles, pero igual eran temerosos. Como no había gente, solo recogían lo que se caía. [Pero] las cosas empiezan a empeorar cuando [los mineros] traen otra gente”. Todos los entrevistados reconocen la presencia de organizaciones criminales como el Tren de Aragua, La Jauría, Los Pulpos y otras. “Esa gente ya estaba acá, pero de una u otra manera, con perfil bajo. Ya después de la pandemia, empezaron como a salirse, y la situación se salió todo de control”, describe Julia.
Lo concreto es que la pandemia disparó el precio del oro a nivel mundial. Los reportes de incursiones armadas dentro de la minera Poderosa siguieron el mismo ritmo que el valor de las onzas troy. Esto -cuentan los entrevistados- motivó a que más personas incursionen en el negocio. De hecho, la agricultura ha perdido gran valor en la comunidad. Las dos comisarias rurales en la zona no se dieron abasto para controlar las acciones delincuenciales, pero no fue hasta este año que se decidió por el decretar el estado de emergencia. Los entrevistados no saben qué pasará una vez se repliegue al personal. “De repente sería fatal, porque van a venir con más fuerza”, plantea Rocío.