En Querobal, uno de los 15 caseríos del distrito de Curgos (en la provincia de Sánchez Carrión, ubicada en la sierra de La Libertad), los 49 alumnos de la escuela local comparten el agua con los animales en el único puquio que hay en los alrededores. Este pequeño pozo está lleno de residuos, dice Diana, una estudiante del cuarto año de primaria, aunque de todos modos debe llevar lo poco que recolectó porque sus compañeros de aula se mueren de sed.
“El agua no recibe tratamiento. Así nomás la tomamos”, dice su profesora, Luz Meléndez. Ella también ha recolectado agua en un bidón de varios litros, pues teme que el pozo se seque debido a la escasez de lluvias. En Curgos, la realidad golpea: en esta localidad, el 50% de las viviendas no tiene acceso al agua potable y ocho de cada diez no cuentan con desagüe.
Curgos es el distrito más pobre del Perú. Según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), el 97% de su población percibe ingresos que están por debajo de la canasta básica familiar (S/292 mensuales). Hay casos realmente dramáticos, como el de Manuel Sandoval, un campesino que apenas gana S/1 por cada kilo de trigo que cosecha; al año, no vende más de 50 kilos. Él se alimenta de lo que cultiva. Sandoval tiene 71 años, 60 de los cuales ha dedicado a la agricultura. Sabe que Ollanta Humala dejó la presidencia el 28 de julio, pero desconoce que Pedro Pablo Kuczynski es su sucesor; nunca ha escuchado nada sobre el nuevo mandatario. “Desde que nací, nada ha cambiado por aquí. Seguimos siendo pobres. Ni Humala ni los otros [gobernantes] hicieron algo”, dice.
En su primer mensaje a la nación como presidente, Kuczynski dijo: “Quiero una revolución social para mi país. Anhelo que en cinco años el Perú sea un país moderno, más justo, más equitativo y más solidario”. Curgos necesita con urgencia esos cuatro adjetivos.
—Desde el sótano—
El estado nutricional de los niños de 3 a 6 años también es alarmante: el 90% de ellos tiene anemia. Además, la mitad de los niños menores de 5 años tiene desnutrición crónica. “Sin el organismo bien preparado, todo sistema de aprendizaje será muy lento”, dice Luis Villanueva, director de la escuelita de Corral Colorado, otro humilde caserío de Curgos.
¿Por qué un pueblo como Curgos se mantiene hace tanto tiempo bajo los umbrales de pobreza? ¿Qué impide que esta situación varíe?
Valvina Carranza, una joven campesina de la zona, ensaya una respuesta: “La carretera que une a Curgos con Huamachuco sigue siendo polvo”. Es cierto: la entrada al distrito liberteño parece una zona de guerra, con cerros destruidos por canteras de minería ilegal y decenas de kilómetros de trocha en pésimo estado, que contrastan con el hermoso paisaje. Sin caminos no hay comercio y ninguna actividad económica es viable.
En el caserío de Pampa El Hueso, Santos Carranza y su esposa, Rosa Pérez, buscan otra explicación. En su vivienda, la luz llega únicamente a través de los rayos solares que penetran a través de las rajaduras del techo. “Aquí no hay electricidad. Desde que nací, hace 40 años, me alumbro con velas”, dice Santos. En este distrito, el 63% de viviendas no tiene servicio eléctrico. Hay varias generaciones de curguinos que nacieron y murieron sin ver un foco encendido.
Esta visible pobreza de los caseríos y anexos contrasta con la realidad que se aprecia en la capital del distrito. El palacio municipal luce imponente en una esquina de la plaza principal y se puede deducir que su construcción fue costosa. A las afueras del pueblo hay un moderno parque con piletas, pero sin agua. Aquí no solo hay pobreza, sino malgasto.
“Me comprometo a que nadie que salga de la pobreza vuelva a ella”, dijo también Kuczynski el 28 de julio. En Curgos, la meta es primero salir de ese sótano profundo.
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— Sociedad El Comercio (@sociedad_ECpe) 30 de julio de 2016
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