Mathías Panizo Arana

En el distrito liberteño de Pataz no hay un típico conflicto minero. Se trata más de una pequeña guerrilla por el oro entre empresas formales y organizaciones criminales. En superficie, el mineral robado se procesa ilegalmente, se movilizan toneladas de explosivos y se vive con miedo constante. En el subsuelo, a punta de dinamita y armamento de guerra, los mineros ilegales avanzan por túneles clandestinos para interceptar concesiones mineras, secuestrar al personal e invadir las galerías. El Comercio recorrió ambos mundos para comprender la complejidad del asunto.