La postulante a la vicepresidencia por Alianza para el Progreso (APP), Anel Townsend, hizo ayer noticia al anunciar que renunciaba a su postulación al Congreso por ese conglomerado político, pero mantenía su posición en la plancha presidencial. Según explicó en un texto publicado en su cuenta de Facebook, esto último lo hace “para que los procesos que se encuentran en curso puedan culminar y sea el electorado quien decida”.
En el mismo pronunciamiento, la señora Townsend puntualiza también que esa fórmula presidencial responde a la voluntad de miles de militantes de los tres partidos integrados en la referida alianza, los que se verían perjudicados si la plancha no es inscrita. “Hago esto en concordancia con mi trayectoria de lucha por la transparencia pública, pues considero que la aclaración de los cuestionamientos públicos registrados la última semana debe ser priorizada”.
Sobre los motivos que la han llevado a renunciar a la postulación congresal, en cambio, no ha dicho nada. Pero fuentes de APP citadas por este Diario mencionaron que su decisión obedecería al malestar que le habrían producido las resoluciones adulteradas de la Universidad César Vallejo (UCV) que fueron presentadas por César Acuña en su intento de justificar la especie descabellada de que es coautor del libro del profesor Otoniel Alvarado, “Política educativa”.
De cualquier forma, como en el caso del pastor Humberto Lay (que renunció a sus aspiraciones en la plancha y en el Congreso alegando “motivos estrictamente personales”), es inevitable asociar ese alejamiento con los múltiples problemas de orden moral que se han ventilado en el último mes con relación al candidato presidencial de APP e interpretarlo como un intento de sacudirse del descrédito que contagiaban a todos sus colaboradores y defensores.
Pero si la renuncia de Lay, ocurrida el 23 de febrero pasado, ya fue percibida como tardía para ese efecto –pues había estado tratando de procurarles coartadas a los plagios con frases como “Yo esperaré [a] que la universidad se pronuncie al respecto” o “Todo lo demás son especulaciones de una campaña evidente contra la candidatura de Acuña”–, la de la señora Townsend tiene que serlo por partida doble. Primero, porque se produce más de una semana después que la de Lay; y segundo, porque es una renuncia a medias. Y en materia moral, no se puede trabajar con decimales.
La candidata vicepresidencial de APP, como se sabe, ha sido contumaz en la negación del flagrante robo de propiedad intelectual en el que ha incurrido reiteradamente su compañero de fórmula (“César Acuña no ha plagiado” y “ha consignado los autores en la circunstancia debida” fueron algunas de las exculpaciones que ensayó), y ese baldón la va a acompañar en su futura carrera política, si alguna ha de tener.
Las firmas falsificadas en la resolución de la UCV que se mencionan ahora como posible causa de su renuncia a la lista congresal, además, no constituyen una nueva dimensión del engaño que tendría que merecer una reacción más drástica, pues ni aun si hubiesen sido verdaderas, el documento en cuestión habría servido para probar la postulada ‘coautoría’ de Acuña en el libro de Otoniel Alvarado. Se trata, en consecuencia, de un poco de lluvia sobre mojado.
Por otra parte, no se entiende por qué el artificioso argumento que le parece válido para permanecer en la plancha presidencial –dejar que sea “el electorado el que decida”–, ya no se lo parece en el caso de su candidatura al Parlamento. Y lo que queda es la sensación de que ni siquiera el tardío gesto de renuncia es asumido plenamente.
Más que renuncia, en efecto, lo que parece haber aquí de parte de la señora Townsend es una renuencia –esta sí irrevocable– a soltar la frágil posibilidad de acceder todavía a una dosis de poder en los próximos comicios (hay quienes hablan de una fórmula en la que ella podría quedar como la única candidata a la presidencia de APP si Acuña renuncia o es retirado de la competencia por las autoridades electorales), que en el fondo a lo que la mantiene inexorablemente atada es a la trayectoria moral del líder al que ha aplaudido y tratado de blindar aun en las circunstancias más clamorosamente reprobables.