Solo fueron 20 minutos, pero durante ese breve tiempo la sala de la casa de Alejandro se convirtió en escenario de una película bélica. No hacía falta un batallón para convertir en realidad el terremoto en ese espacio de 5x4 metros, solo sus hijos, dos varones: Simón y Fausto, de 5 y 4 años. El correteo incansable de extremo a extremo y el alboroto solo fueron interrumpidos por el sonido de la puerta principal abriéndose. Era la abuela de los chicos y, aunque su rostro no ocultaba su resignación por los escombros que ambos niños dejaron, su tono era tranquilo. “Los niños de ahora son más inquietos que los de antes”, me dijo antes de despedirme. La frase no es nueva, ¿pero cuánta verdad hay en ella?
La frase de la madre de Alejandro es más habitual de lo que creemos y casi ha pasado a ser parte de la cultura popular. Sin embargo, al afirmarla se generaliza en el comportamiento de los niños. Sin diagnóstico previo se suelen adjudicar categorías de manera indiscriminada. Mientras que a algunos chicos se les vincula, por ejemplo, con un trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), a otros se les etiqueta como inquietos, hiperactivos o hasta malcriados. Lo concreto es que, en muy pocos casos, esa selección se hace basada en una evaluación a cargo de un especialista, con pruebas y estudios, con lo cual la estigmatización o la ausencia del tratamiento profesional terminan jugando en contra de los menores.
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Resulta, entonces, importante establecer definiciones. El TDAH es considerado un trastorno del neurodesarrollo que se caracteriza por la inatención, la hiperactividad y la impulsividad. Se trata de un conjunto de signos y síntomas que presenta una persona que está pasando por algún problema o dificultad en su desarrollo. En el caso de niños, se manifiesta en lo académico y lo social, incluso en lo familiar. Específicamente en el Perú, el TDAH afecta a entre el 5% y el 10% de la población infantil y adolescente, según reveló una encuesta de Unicef.
Ciertamente, estos diagnósticos se han hecho cada vez más frecuentes gracias a la información científica que hoy circula, señala Natalia Ascurra, psiquiatra de la Dirección de Salud Mental del Ministerio de Salud. Eso tiene que ver principalmente con las características que se han ido definiendo y estudiando no solo respecto del TDAH, sino también de cualquier otro trastorno de comportamiento o de conducta. Hace cuatro décadas (y antes, menos) no se conocía ni el 50% de los signos que hoy permiten que psicólogos y psiquiatras puedan identificar condiciones de alerta en los niños.
La tecnología
Así como los avances han permitido tener un mayor número de diagnósticos y, por ende, más conocimiento de estos trastornos, la exposición de los menores a dispositivos tecnológicos es un factor sobre el cual hay muchos consensos por parte de especialistas. El uso de tablets, celulares y televisores con acceso a internet proporcionan estímulos constantes que influyen en la capacidad de los niños también para mantener la atención y quedarse quietos.
Tan famosa como la frase: “Los niños de ahora son más inquietos que los de antes” es esta otra: “Los niños de ahora tienen una habilidad sorprendente para dominar las nuevas tecnologías”. Los pequeños de hoy son nativos digitales, revela el psicólogo Andrés Martínez. Celulares y tablets son dispositivos que a edades cada vez más tempranas terminan en sus manos.
Un reciente estudio de la Universidad de Wisconsin, en Estados Unidos, presentado por la Sociedad para la Investigación del Desarrollo Infantil, descubrió que los niños de entre 2 y 3 años eran más propensos a responder a pantallas táctiles. Una de las conclusiones más resaltantes es que aprendían a un ritmo más acelerado. No obstante, con ello no se convierte a los niños en genios, asevera Martínez; solo los ayudamos a tener un poco más de información. Es simplemente una herramienta.
En detrimento de ello, y aquí hay un acercamiento a la frase que da origen a este texto, “los estímulos que ofrecen los dispositivos electrónicos en los niños son tremendos”, afirma el psicólogo Manuel Saravia. Sostiene que, para mantener la atención de un niño, se requiere una serie de estímulos sensoriales de todo tipo y ello tiene una influencia en la sobreactividad del menor.
Dicho en otras palabras, una vez desconectado del celular o la tablet, su carga de energía se libera generando una sensación mayor de hiperactividad, alboroto y agitación en ellos. De hecho, un estudio presentado por el Instituto de Economía Médica e Investigación de Servicios de Sanidad de Colonia (Alemania) ya había revelado que el uso de dispositivos tecnológicos está asociado a importantes niveles de falta de concentración e hiperactividad.
Pero eso no es todo, los niños de ahora tienen menos tolerancia a la frustración, advierten Martínez y Saravia. Además, son más impacientes y en algunos casos más ansiosos, aunque esto último sea en buena parte también una consecuencia de la exposición de la tecnología, agregan.
Los niños de antes
Es muy común establecer comparaciones de cómo eran los niños antes o cómo éramos nosotros mismos de pequeños. Hay una idea generalizada de que los chicos eran menos inquietos hace unas décadas. “Es una percepción que tiene varias consideraciones. La más importante tiene que ver con los hábitos que hoy tienen y que no eran los mismos de hace años, y otro no menos importante tiene que ver con la presencia de los padres o al menos uno de ellos en casa. Hoy el contexto es distinto”, indica Martínez.
Si seguimos sumando frases populares a este texto, tendríamos que mencionar aquella que dice: “Los chicos de ahora no juegan tanto en la calle como antes”. El contexto, como dice Martínez, es diferente; los riesgos y peligros son otros. Pero Saravia agrega que hoy la tecnología y la virtualidad les permite prescindir de la calle. Si quieren conversar con algún amigo, chatean; si quieren jugar, lo hacen desde el celular o un consola, pero en cuatro paredes. “Podríamos decir que hay una carga contenida que debe exteriorizarse”, añade Saravia.
En paralelo, hay un detalle en el que poco se profundiza dentro del hogar y es una ecuación que de un lado tiene las nuevas formas de crianza y cómo estas inciden directamente en los trastornos de conducta y comportamiento. Sobre ello, Natalia Ascurra explica que el concepto de disciplina está siendo mal entendido. “Es bueno tener bastante disciplina con ellos (los niños) y eso no quiere decir que vayamos a ser menos cariñosos. Es fundamental poner límites a los hijos”, apunta.
En tanto, Saravia traza una línea entre el antes y el ahora. “Hace algunos años solo uno de los padres trabajaba y el otro se quedaba en casa. Había una figura de autoridad siempre. Ante ello, hay padres que literalmente no saben cómo manejar la situación (esa ausencia por trabajo, por ejemplo) y, frente a eso, optan por ser demasiado permisivos o sobreprotectores. No se conocen de puntos medios: o somos permisivos o intolerantes”.
Que los niños se mantengan en constante movimiento evidencia su interés por descubrir y explorar el mundo que los rodea. Eso no debería generar mayor preocupación. Sin embargo, si este comportamiento evidencia conductas inusuales, una afectación a su rendimiento académico o su capacidad de vincularse socialmente, sí que debería ser un llamado de alerta para buscar una opinión profesional.
La única certeza es que los tiempos son otros y las dinámicas de relacionamiento son distintas, pero fundamentalmente el entorno es diferente. Persistir en comparar a los niños de hoy con los niños de antes es inoportuno, e insistir en aplicar viejos métodos de crianza tampoco es recomendable. Ni autoritarismo ni permisividad, señalan los expertos. Si quisiéramos reducirlo en dos palabras, sería amor y firmeza.