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Papa Francisco en Perú
Lourdes Fernández Calvo

Para llegar al Infierno hay que cruzar cinco puentes y atravesar una trocha que parece interminable en medio de la selva. El camino está rodeado por chacras de papaya, plátano, yuca, maíz y camote; y bordea el río Tambopata. Quienes van al Infierno saben (o tienen que saber) que el calor es sofocante. Algunos días la temperatura alcanza los 40 grados y no hay quien se salve de padecerlo.

Infierno está en Madre de Dios, para ser más exactos, a 19 kilómetros de Puerto Maldonado, ciudad a la que el papa Francisco llegará dentro de cinco días y que visitará durante cuatro horas. Los nativos Ese’eja, quienes aún habitan esta zona, tendrán un encuentro breve con él. Entre otras cosas, quieren pedirle que los bendiga y les quite la “maldición” de vivir en un lugar llamado Infierno.

“Verán al Papa y quieren pedirle que cambie el nombre. Yo hasta ahora no estoy tranquilo con ese nombre porque todos me preguntan, pero ya está reconocido a nivel mundial y hay que hacer un trámite largo para cambiarlo”, dice Manuel de Javiso, nativo de Infierno.

La leyenda que cuentan los Ese’eja es que, a inicios del siglo XX, en pleno auge del caucho en Madre de Dios, los japoneses que trabajaban para las compañías caucheras tenían que atravesar la comunidad para llegar por el río Tambopata hacia Puno. El intenso calor, las nubes de moscos y la lluvia incesante que debían enfrentar les parecieron insufribles. “Para ellos, eso era el infierno, por eso le pusieron así”, cuenta De Javiso.

Y así quedó. En la comunidad nativa Infierno no viven más de 200 familias, entre Ese’eja y mestizos. Las túnicas, las flechas y las plumas las guardan solo para los turistas o para casos excepcionales como la llegada de un Papa.

Tienen dos colegios, una posta médica y un centro comunal, todos llamados Infierno. Los misioneros católicos que han pasado por ahí han llegado a bautizarlos, pero no a confirmarlos ni casarlos. Los evangelistas también han tratado de convencerlos, pero ellos dicen que son fieles al catolicismo.

No tienen capilla, pero rezan, y entre sus plegarias han incluido que el Papa llegue a Infierno a hablarles sobre el paraíso que no conocen.

—El cura de la selva—
“Esto es Sodoma y Gomorra, ¿te atreverás? Y yo dije, bueno, ¿Dios está en todas partes, no?”. Así es como el 23 de abril del 2008 el fraile dominico Pablo Zabala llegó como misionero a Boca Colorado, una de las zonas mineras de Madre de Dios, donde, además de la extracción ilegal de oro, abundan la prostitución, los crímenes y la delincuencia.

“Cuando llegué, había un cartel que decía: atención, rateros y violadores serán quemados. Y ya habían quemado como dos, entonces supe que la gente se ponía brava”, cuenta el cura español que siempre viste de blanco.

En su atareado y largo camino de evangelización, el fraile tuvo que adaptarse a predicar a pie (le robaron la canoa) y así logró bautizar a 700 personas en los últimos diez años. Ha construido albergues, capillas, bibliotecas y dicta cursos de lectura y catequesis con ayuda de la congregación. Convive con prostitutas y delincuentes, pero no los condena, solo los invita a misa para que aprendan a “vivir como hermanos”.

Con la llegada del papa Francisco, los cursos de religión se han incrementado en Boca Colorado porque todos quieren sentirse más cerca de él. Ya unas 200 personas, incluidos niños, están alistando sus canoas para ir a verlo. El fraile Zabala dice que también los acompañará en ese desafío.

—Los guardianes del Papa—
En Madre de Dios, una región en la que el 77% dice que es católico, las expectativas por la llegada del papa Francisco han ido aumentando recién estas últimas semanas. La manifiesta preocupación por el cuidado de la Amazonía que ha tenido el Papa ha sido un aliciente para ello.

Uno de los grupos más motivados por esta visita es la de los mototaxistas de Puerto Maldonado. Según Gerson Ribasplata, representante de estos transportistas, unos 15 mil mototaxis y motos lineales, transporte característico de la selva, formarán una gran cadena que rodeará al papamóvil en su recorrido por la ciudad.

Los mototaxistas se han organizado, con sus propios fondos, para vestir de blanco y amarillo, y participar, a su manera, como los guardianes de la selva.

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