VANESSA ROMO ESPINOZA @vannessaromo
Redactora de Sociedad
Alguna vez Sabina tuvo que abrirse paso para entrar al bosque que existía en este mismo lugar. Sus pies se escondían entre las raíces enmarañadas de la selva y se demoraba 5 horas para llegar al río Manuani por lo difícil del camino. Ahora, los pies de Sabina se hunden en el desierto enlodado de mercurio en que se convierte en época de lluvia este bosque muerto en la zona de amortiguamiento de la reserva Tambopata, en Madre de Dios.
En La Pampa, como se conoce a esta zona, la tristeza sopla por las copas desnudas de los árboles negros, por el agua marrón de los pozos artificiales formados por la arena removida de las retroexcavadoras que hasta octubre invadían estas tierras. También sopla por la voz de Sabina, pero no es una pena antigua. Hace cuatro años esto seguía siendo verde.
La tristeza de Sabina Valdez lleva un poco de culpa. Ella es presidenta de la comunidad de Manuani, una asociación de mineros artesanales que existe hace más de 20 años en esta área antes de que sea zona protegida. Aunque su trabajo no daña como las retroexcavadoras y trabajan con conocimiento del Ministerio del Ambiente, saben que han contribuido para vivir en un entorno contaminado.
La diferencia entre los de Manuani y el resto de los mineros que trabajan en La Pampa es justamente esa: vivir ahí. “Aquí han llegado de otros lados, han acabado con el bosque y se han ido”, dice Javier Florez, otro comunero de Manuani. “¿Qué les dejamos a nuestros hijos cuando el oro se acabe?”, dice Sabina. El mismo bosque les dio la respuesta.
UNA NUEVA SELVA
Para llegar a la tierra de estos mineros hay que dirigirse al kilómetro 116 de la carretera Interoceánica desde Puerto Maldonado y luego recorrer 40 minutos en moto. En el minuto 30 aparece el último espacio de naturaleza viva que queda en esa parte de la zona de amortiguamiento. Es Manuani.
Betty Charca, que vive hace 13 años aquí, cuenta que hace 4 años aparecieron tres ilegales con sus máquinas. “Nosotros somos guardaparques voluntarios de la reserva y avisamos lo que estaba pasando”, dice. No les hicieron caso y en seis meses se convirtieron en 200.
El jefe de la reserva Tambopata, John Flores, reconoce que la invasión minera se les salió de control. “Todos tenemos responsabilidad en esto porque sí se pudo evitar lo que ha sucedido”, dice ahora, muy tarde.
Betty es una de las que ha comandado los grupos de defensa contra los mineros que querían apoderarse de sus tierras. “Ustedes son igual de ilegales que nosotros”, les decían. Decidieron que no se lo dirían más.
La asociación pidió una concesión forestal de seis hectáreas, colindante a sus 1.500, para empezar a reforestar la tierra consumida por el mercurio. Hace ocho meses el Consorcio Madre de Dios, con apoyo de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid), la asesoró para sembrar plantas de bosque primario en un vivero. Hace un mes llevaron los plantones a la tierra enarenada y han resistido.
Sabina cree que fue necesario pasar por toda esta deforestación para valorar su bosque. “Si nos va bien con este proyecto, podemos convertirnos en los reforestadores de La Pampa”, dice. Incluso habla de un futuro en el que ya no sean mineros y vivan de nuevo del bosque que están creando.
Mientras tanto, la faena con los nuevos plantones continúa. Esta solo se detiene cuando uno de los comuneros llega con la novedad de haber pescado dos zúngaros, algo que no pasaba hace tiempo. Sabina espera que pronto llegue el tiempo en el que puedan comerlos sin contaminarse.
MÁS DATOS
TRABAJO CONJUNTO
El Consorcio Madre de Dios trabaja en este proyecto de reforestación con la Universidad de Florida, la Universidad de Madre de Dios, la ONG Futuro Sostenible y el Gobierno Regional de Madre de Dios.
TRABAJO DESDE EL EJECUTIVO
El alto comisionado en Asuntos de Formalización de la Minería, Daniel Urresti, señaló a *El Comercio* que a mediados de febrero se reunirá en Madre de Dios para brindar apoyo a planes de remediación ambiental como este.