VANESSA ROMO @vannessaromo
Dieciocho grados, 21 minutos, 8 segundos. La brújula no dejaba de moverse, la bandera peruana inquieta bailaba con el viento, los pescadores peruanos levantaban sus brazos victoriosos. En el cuarto de mando como maestro de ceremonias, Jorge Arisméndiz, capitán del Aleta Azul I, proclamaba que habíamos llegado. Lo había estado anunciando desde hacía minutos. 18°21’08” es para el Perú un número como para jugarlo en la lotería. Luego de navegar 40 millas desde el puerto de Ilo –80 millas si se tiene como referencia el punto Concordia–, lo que recorríamos seguía siendo mar peruano, dentro de los 21 mil kilómetros cuadrados que la corte de La Haya reconoció como nuestros.
Fue el miércoles 5 de febrero, a la 1:32 p.m., cuando el primer barco pesquero peruano llegó a estas aguas. Los tripulantes eran seis pescadores, un motorista, un armador pesquero y el capitán de la bolichera de la empresa Promasa, que realiza pesca industrial. De testigos íbamos tres medios nacionales, entre ellos El Comercio. Una noche antes de zarpar, se aseguraron de cargar la bandera, un pisco, limones y ají para el cebiche en alta mar. La peruanidad a bordo.
“Antes salíamos de Ilo y a la hora ya estábamos en Chile”, cuenta Juan Aragón, el motorista del barco precursor. El arequipeño Juan conoció esos límites a lo largo de los 48 años que trabaja en el mar. En este momento ya son dos horas navegando y seguimos en dominio peruano. En la milla 10, unos delfines empezaron a correr junto con la bolichera. “Ver delfines le da a uno suerte”, dice Juan y sigue avanzando.
En sus 50 años, Aleta Azul I no había vivido algo similar. Tampoco le había pasado algo así a Nicolás Mamani, el encargado de flamear la histórica bandera que miraba a la inmensidad del nuevo mar. Un puneño que hace 23 años era feliz pescando truchas en el lago Titicaca. Ahora con 61 años también es feliz. Aunque no sabe bien qué habrá bajo estas aguas, cree que es una victoria. “Solo da pena por Tacna. Ellos sí seguirán igual”, dice y la alegría se llena de realidad.
Néstor, el cocinero de la embarcación, saca el perico que tenía guardado para la ocasión. Como hasta ese día ninguna nave oficial había llegado a esas aguas, se prefirió no pescar. Con pocos movimientos lo convierte en cebiche. Es hora de regresar.
Con la tierra a la vista, la alegría se transforma en duda. Como industriales, quisieran saber qué tan rentables serán esas aguas o si será solo mar pobre. Algunos de ellos que tienen familia dedicada a la pesca artesanal creen que estos no podrán aprovechar esa zona si no es con buenas embarcaciones. En la frontera, ni en la antigua ni en la nueva, no se divisó ningún guardacostas peruano. La alegría se empieza a llenar de incertidumbre.