Sucede muy a menudo en la vida que la criatura se vuelve contra su creador o, por lo menos, se libera de su voluntad y se le escapa. De lo primero están llenas de ejemplos la historia y la literatura. Lo segundo es lo que nos pasó a muchos diarios cuando creamos nuestras webs, hace ya una veintena de años.
Desde luego, los diarios tuvimos buena parte de la culpa en eso. Cuando empezamos a hacer nuestras versiones online no entendíamos bien qué era aquello que estábamos creando. O mejor dicho, no entendíamos bien qué éramos nosotros. Acostumbrados durante siglos a existir solo en una forma –la del impreso– confundimos lo que era accidental con lo que era esencial a la hora de definirnos a nosotros mismos y nos dijimos –aunque fuese solo inconscientemente– que éramos de papel y que esas webs que estábamos creando, por tanto, eran algo diferente a nosotros.
Fue bajo este entendido implícito que hicimos posible, por ejemplo, que nuestras webs las hicieran equipos diferentes a los que hacían el impreso (pese a que todos tenían la misión de contar la misma actualidad). Y que aceptamos también que los criterios con que estos equipos elaboraban esas páginas no fueran iguales a aquellos con los que se hacía “el diario”. A diferencia de este último, después de todo, en la web podíamos saber qué tan leídas iban siendo cada una de nuestras notas y resultaba tentador dejar que la búsqueda de clics empezase a reemplazar nuestros criterios editoriales. Así les surgieron páginas estridentes a muchos de los diarios más serios del mundo en las que proliferaban, en zonas destacadas, artículos que nunca se hubiesen publicado en lugar alguno de sus versiones impresas. Nosotros, durante un buen tiempo, no fuimos ajenos a ese camino.
Con los años, sin embargo, se fue haciendo evidente el error y al menos la mayoría de diarios de referencia empezamos a enmendarlo. Comprendimos que no éramos ni el impreso ni la web, sino que éramos, sobre todo, un conjunto de principios y una confianza. Un conjunto de principios (desde los más abstractos a los más prácticos) sobre cómo ejercer el oficio de contar la actualidad y una confianza de nuestros lectores en estos principios. Donde estuvieran ellos, estaríamos nosotros. Lo demás eran solo diferentes maneras –cada una con sus propias fortalezas– de contar las mismas historias.
En El Comercio emprendimos este proceso con convencimiento y hace ya un buen tiempo que nuestra web es hecha por el mismo equipo y con los mismos criterios editoriales que nuestro impreso. Pero encontrábamos que esto no era suficiente: había cambios que hacer en el diseño y la estructura misma de nuestra web. Esta se sentía como un traje que no le terminaba de quedar a El Comercio. Lo contrario de un traje hecho a la medida. Era, en todo caso, un traje hecho a la medida de ese otro diario que no era el mismo que vivía en el papel.
Con esto en mente, surgió el proceso de creación de la nueva web que esta semana presentamos a nuestros lectores. Una web que, en cuanto a la forma, ha priorizado el diseño limpio y cuidado que pensamos corresponde a un diario de referencia. Y que, en cuanto a la estructura, ha cambiado las largas columnas de noticias indiferenciadas por un sistema en el que priman las portadas digitales a fin de, a la manera del papel, jerarquizar las noticias según su importancia y ofrecer un contenido que separe el trigo de la paja y no abrume.
Una web con menús más sencillos y mayor velocidad, para hacer la navegación más amigable. Y una web diseñada tomando en cuenta las características de cada uno de los dispositivos desde los que nos visitan nuestros lectores, adaptando su diseño a ellos de forma automática.
En suma, una web pensada para que usted, señor lector, sepa desde el momento en que ingresa a ella que se trata de El Comercio. El mismo diario haciendo lo que siempre ha hecho, intentar cada día contarle la más completa, la más fiable y la más potente historia de nuestro presente, pero ahora con un traje digital hecho a la medida de esa diaria y ambiciosa misión.
Contenido sugerido
Contenido GEC