El 17 de diciembre de 1996, a las 8:20 p.m., una explosión interrumpió con una fiesta en la casa del embajador japonés, Morihisa Aoki, quien había decido celebrar el natalicio del emperador nipón aquel martes. Alrededor de 600 personas ya disfrutaban de la reunión, pero una explosión destruyó uno de los muros de la residencia.
Catorce miembros del MRTA ingresaron, entre disparos y gritos, e hicieron que todos los presentes se tumbaran al suelo. Luego de ello, se inició el acto criminal con más repercusión de los años 90: un secuestro masivo. Eran casi 700 personas las secuestradas. Desde las 9:45 p.m., los terroristas liberaron a las mujeres, quedando 379 que fueron siendo liberados progresivamente a lo largo de los días. Este concluyó cuando los 72 rehenes que permanecían dentro fueron liberados el 22 de abril de 1997, producto de la operación militar Chavín de Huántar.
EDITORIAL EL COMERCIO: Héroes de la democracia
Memorias de un rescate exitoso
EL ANTES, EL DURANTE, EL DESPUÉS.
“La mejor condecoración es el agujero de una bala asesina que no cumplió con su cometido”, dice el coronel EP (r) Eduardo Martínez, uno de los diez comandos Chavín de Huántar que resultaron con heridas de gravedad durante el rescate de los rehenes, hace 25 años. Martínez conserva hasta hoy el uniforme (orificio de bala incluido) y el proyectil que le fue retirado de la rodilla, varias horas después. Después de recibir el balazo siguió ingresando a la residencia, peleando por rescatar a los cautivos y neutralizar a los emerretistas parapetados.
Fue atendido en un primer momento por el teniente coronel EP Fernando Neira (arriba a la izquierda), quien integraba el equipo médico encargado de asistir a los militares o rehenes que lo requirieran. Neira y sus compañeros intentaron reanimar al magistrado Carlos Giusti, e instantes después al capitán EP Raúl Jiménez, pero ambos habían sufrido heridas de mucha gravedad y fallecieron.
Todo esto sucedió minutos después de las 3:23 p.m. del 22 de abril de 1997, el momento exacto en que el contralmirante de la Marina (r) Carlos Tello hizo estallar la primera carga explosiva con la que se dio inicio al operativo de rescate. Para él, la tensión había comenzado en los días previos. Alberto Fujimori le pidió hasta en dos ocasiones que pusiera una mayor carga explosiva con la idea de causar un daño mayor al enemigo, pero Tello, experto en detonaciones y su uso militar, se negó porque él sabía que los cuatro kilos del explosivo C4 era lo que se necesitaba, y no más. Vladimiro Montesinos llegó incluso a amenazarlo por desacatar la orden presidencial, pero al final la razón de impuso. Tello activó las cargas y entonces todo sucedió.
“La mejor condecoración es el agujero de una bala asesina que no cumplió con su cometido”
LA IMPORTANCIA DE UN ENTRENAMIENTO
Los ensayos y entrenamientos habían previsto todas las posibilidades y todos los azares posibles. Para cada detalle había un plan A y un plan B, y se tenía en cuenta el riesgo de quedar herido, o morir, pero la operación no debía detenerse, esa era la consigna.
Cuando estallaron los primeros explosivos con los cuales los comandos debían ingresar a la residencia, el coronel EP (r) Ricardo Camino y los demás hombres que componían el equipo 7 del Grupo Delta tuvieron una primera gran dificultad: los tanques de gas que los emerretistas habían colocado como barreras en las paredes estallaron ‘por simpatía’, como dicen los militares, y eso los aturdió. Ya recompuestos, continuaron. “El objetivo de nuestro equipo era controlar el cuarto G”, recuerda Camino. El cuarto G era donde los terroristas habían almacenado municiones y granadas que emplearían para aniquilar a los rehenes. Dominar este espacio era primordial, a cualquier costo.
A él y a su compañero, el comando Raúl Cruz, les lanzaron varias granadas a cortísima distancia. Cruz perdió una pierna y Camino quedó casi ciego por las esquirlas alojadas en el ojo. A unos metros, el capitán Jiménez soportaba el dolor por las balas que le habían disparado. La situación era crítica. “¡Plan B, Plan B!”, gritó entonces Camino, y los hombres que estaban en el techo del cuarto G abrieron un boquete y lograron abatir a los terroristas que estaban en el lugar.
REHENES LIBRES, MISIÓN CUMPLIDA
El mayor del Ejército (r) Miguel Ángel Velezmoro y el contralmirante de la Marina (r) Manuel Parrales tenían la misión de proteger a toda costa a los rehenes que iban siendo evacuados en el momento mismo en que los comandos y los emerretistas que aún quedaban vivos se enfrentaban a corta distancia y casi sin poder verse. “¡Somos los comandos. Hemos venido a rescatarlos!”, gritó Velezmoro elevando la voz por encima de los estallidos y las balaceras. Conforme iban avanzando los minutos, los gritos eran hacia sus propios compañeros: “¡Cuarto limpio!”, que quería decir que se iban ganando espacios en la residencia.
“Nos comunicamos con gestos y sobre todo con movimientos del cuerpo, con la fuerza con la que los ayudábamos a movilizarse”
Parrales recuerda especialmente el momento en que los rehenes japoneses salieron de las habitaciones que ocupaban, y a quienes él y sus hombres debían guarecer de inmediato. Era difícil comunicarse con ellos en medio del griterío y la tensión porque, además, esos rehenes no hablaban español. “Nos comunicamos con gestos y sobre todo con movimientos del cuerpo, con la fuerza con la que los ayudábamos a movilizarse. Es difícil que alguien en esas condiciones se resista a recibir ayuda”, dice Parrales. Al final, todos los rehenes a quienes protegió terminaron a salvo.
De pronto entramos a la primera habitación gritando 'Don't move'. Era lo que habíamos entrenado: a los que iban a las habitaciones donde estaban los japoneses les habían enseñado frases en su idioma. Entré diciendo en inglés 'No se muevan, somos amigos, hemos venido a rescatarlos'. Todo está oscuro. Escuchas el ruido de las balas rozándote la cabeza. El polvo de las explosiones no te deja ver más que sombras. Tampoco puedes respirar y cuando escupes, escupes barro. De pronto, en un closet, aparece una mano. Soy el teniente coronel Luis Marca Silva. En ese entonces era capitán. Y dicen que fui el primero en entrar a la residencia del embajador de Japón durante la operación Chavín de Huántar.
Mi unidad y yo entramos por la puerta principal. Habíamos pasado casi diez días en la casa Unique, al lado de la residencia, esperando la orden. Como éramos vecinos, había que evitar que nos detecten: no hablábamos, no hacíamos bulla, caminábamos descalzos. Cuando llegó la orden solo pensaba en cumplir mi misión. Y repasaba en mi cabeza cada cosa que debía hacer: teníamos que abrirnos paso hasta la puerta y encontrarnos ahí con otro grupo que debía entrar por uno de los túneles. Haríamos volar la puerta principal y ellos entrarían para asegurar el primer piso. A nosotros nos correspondía entrar al segundo piso y rescatar a los rehenes que estaban en los cuartos que daban a la fachada del edificio. No imaginaba encontrarme con un terrorista y agarrarme a balazos con él. Porque obviamente habíamos entrenado todo sobre la operación, pero eso no se puede practicar. Todo estaba listo. Estaba formado junto a la puerta de la casa Unique sosteniendo mi arma. Empezó la cuenta regresiva: 5, 4, 3... De pronto sonó un helicóptero y se detuvo la cuenta.
Siempre he sido un tipo inexpresivo. Soy un marciano. Minutos antes de la operación solo pensaba en el trabajo y en el cumplimiento, pero en los 30 segundos que la cuenta se detuvo pensé en todo. Sí, pasa toda mi vida delante de mis ojos. Sí, pasa el recuerdo de mi padre, un tipo espectacular que fue mi guía hasta que murió. Sí, pasa el recuerdo de mi familia. Sí, el de mi primera novia. El de mi novia de entonces. La intimidad. Hasta que empezó la cuenta de nuevo.
Entonces nos abrimos paso hacia el frente: envalentonados. Sintiendo cómo una bala me peinaba, disparando e insultando con los dedos a los terroristas que nos disparaban desde el balcón, llegué a la puerta. Llegamos. Pero el otro equipo, el que debía abrirnos paso, no estaba. Solo había uno o dos de ellos porque habían demorado subiendo desde el túnel. El tiempo avanzaba. Por la naturaleza de la operación, cada grupo debe llegar en el menor tiempo posible para rescatar a los rehenes y neutralizar al enemigo para evitar que los terroristas ajusticien a los rehenes. Y los marinos que venían con nosotros querían esperar al otro equipo para brechar (sic) la puerta. Tuvimos que hacerlo sin ellos, usando una escoba de jardín para asegurar el explosivo porque los listones de madera que se usan para ello, se habían quedado atrás en el tiroteo. Por fin, estalló la puerta. Y como era el que estaba adelante, entré.
Lo único que vi fue la escalera, que era mi objetivo. Había que llegar al segundo piso y tiré un cable con un gancho para evitar que hubiera un cable atado a un explosivo en el camino. Subimos. Nos encontramos con Cerpa y uno más. Ellos se quedan ahí. Entonces subimos. Entramos a ese cuarto. Grito 'Don't move'. Oscuridad. Ruido. Balas. Polvo. Explosiones. Barro en mi garganta. El closet. Esa mano…
…Un rehén.
Cuando estás en una situación como esta, tienes tres posibilidades. Esa mano era un amigo, un enemigo o un rehén. Eso quiere decir que, si disparas, tienes 33% de posibilidades de acertar. Que tienes que decidir en una fracción de segundo y con el alboroto que no se da en el entrenamiento. Gracias a Dios tuvimos la capacidad de manejar la situación. Era uno de los rehenes. Detrás de él salieron otros 7 u 8. Los sacamos. Entramos a la siguiente habitación. Encontré a otro rehén en una tina y lo saqué. Salimos por la terraza, ahí por donde cayó Valer.
Miré hacia abajo, a donde estaba el toldo de la fiesta. Todo parecía controlado. Pido botellas de agua. En el suelo había un charco de sangre. Era de un compañero que resultó herido en el brazo y al que las secuelas le han durado años. Celebrábamos. Me dicen que Valer está herido. Nos dicen que nos falta un rehén. Ya no celebramos. Había que volver a buscarlo.
En el penúltimo cuarto del pasadizo que daba al costado izquierdo de la escalera, herido, estaba el magistrado Giusti Acuña, que no llega a salir porque se congela. Lo encontramos, pero faltaba Jiménez.
Esa zona era la más difícil. Era su almacén y tenían de todo: armas, municiones, balas. Uno de mis compañeros, al que llamábamos 'Bandido' entra a sacarlo con 'Lisurita'. 'Bandido' es un tipo espectacular, es un comando lleno de mística, al que lo escuchas hablar y te hace llorar, que te llena de patriotismo, que tiene todas las cosas buenas que pueden adornar a un militar.
A Jiménez no se le podía sacar. 'Bandido' y 'Lisurita' entran a sacarlo. Yo los sigo. Entro con temor. Se me había bajado la adrenalina. Ellos lo sacaron de un sitio terrible que tenía un tapiz como alfombra que se estaba incendiando. Había botellas de gaseosa que sacudíamos y usábamos como extintor. Lo sacan. Todo el mundo lo agarra, lo quieren cargar. Lo sacan. Bajamos. La operación había terminado.
Ahora escucho los cuestionamientos al operativo, pero no soy el avestruz que esconde la cabeza. No me afectan, no me siento incómodo. He participado en la segunda operación más exitosa de la historia. La más exitosa fue el rescate de un avión de Lufthansa en 1977, donde murió un rehén y un comando. Los sabios que nunca han escuchado un balazo dirigiéndose hacia ellos hablan, expresan y exponen sin saber a lo que huele la pólvora. Los ríos tienen dos orillas y yo he afrontado procesos judiciales varias veces. Confío en mi abogada, pero sobre todo tengo mi conciencia tranquila. Si yo neutralicé a un terrorista, sé que fue en un mano a mano, en un combate justo, que yo estuve más preparado.
Publicado en El Comercio, año 2015
Una edición histórica
A continuación usted podrá ver la histórica edición del 23 de abril de 1997 que narró todos los detalles conocidos hasta ese momento sobre la liberación de los rehenes que estuvieron 126 días a manos de los terroristas del MRTA en la residencia del embajador de Japón.